miércoles, 22 de julio de 2009

Cambio de piel

Una de las bendiciones inherentes del viaje es el viaje interno. La condición de abrir la consciencia, de sentir la experiencia del día a día desde la intuición, la sorpresa.
Limpiando los documentos de mi computador, me encontré con cartas no enviadas al que fue mi amor- y también el dolor- más determinante de mi vida (si es que a caso cabe el calificativo). Varios textos escritos en un período de un año, por el que transité desde la desilusión a la ira, de la pena a la psicosis, del dolor que me postró en cama a un entendimiento real del desenlace. Un registro que muestra el lado oscuro y débil que he tratado de superar en esta carrera de treina y algos años, sin lograr- por cierto- tal resultado. Lo particular es que la relectura no fue desde la melancolía, mucho menos de la añoranza de un encuentro, sino más bien de un profundo agradecimiento a la contraparte y hacia la historia que incluso, dos años después, sigue despertando conclusiones en mi, aprendizajes.

En las cartas, cada palabra iba dirigida a un claro destinatario. Sin embargo, lo dicho podría haber sido para cualquiera de los hombres que me han acompañado desde los 16 años. La revelación expuso mi necesidad infinita de encajar en el otro valores, ideales y visiones compartidas que terminan siendo, en realidad, una proyección de mi misma.

En verdad creo que hasta ahora he estado más enamorada del amor y de la idea que de un compañero y frente a ello, estoy dispuesta a la reinvención. A honrar desde un estado de no mente este generoso cambio de piel en el que me he visto envuelta en los últimos tres meses.

martes, 14 de julio de 2009

Lazos


Antes de partir a Uruguay y ya de vuelta he tomado la costumbre de pasar al menos unas tres horas en la cocina de la hostal. Coincide con el almuerzo, así es que suelo encontrarme con algunos de los residentes. Particularmente con Alex, 21 años, estudiante de medicina. Un niño que a ratos me recuerda a mis hermanos por lo bueno para reir y sacar conclusiones existencialistas de la vida.
Entre porotos negros (él) y ensaladas con champiñones (yo) me contó que era hijo biológico de una antigua empleada de la hacienda dónde creció. Hacienda de sus padres adoptivos. Es cercano a su madre, "a ella le pido si necesito algo, con ella converso, a ella le digo que la amo". No es tan cercano con su padre "sólo una vez él me dijo que me amaba y fue cuando yo quería irme de casa". Cuando tenía cinco años se enteró que no era hijo natural de ambos y a partir de entonces, afortunadamente, dejó de maltratar a las otras empleadas de la casa.
Con este antecedente entendí su constante discurso de diferenciación de clases, pero también su intención de querer devolverle la mano a la vida y llegar a convertirse en una buena persona.
De ahí transitamos a las explicaciones de por qué los hombres y las mujeres suelen ser como son. Claro, a sus 21 años tiene urgencias de 21 años y yo con mi distancia de una década lo miro, río y contesto sus preguntas adolescentes todavía. Me cae bien este muchacho.

También suelo encontrarme con Reyani, Reyi, una preciosa mujer de 35 años, brasilera, profesora de teatro con quien he encontrado muchos puntos en común. Es, si se quiere, la persona en la residencial más afín a mí en muchos sentidos. Ayer, de hecho, fuimos juntas a la clase de Ashtanga, pues ella quería retomar su práctica. Hemos tenido largas conversaciones sobre cine, política, fotografía, música, etapas de la vida, pesares femeninos y otras tantas cuestiones.

Luego aparece Fabio, brasileño, 33 años, farmacéutico y también estudiante de medicina. Hijo de libanés y madre de ascendencia italiana. Me suelo reir con sus desvaríos sobre Rocco, un colega de la Chicholina que no conozco ni en pelea de perros, pero que me resulta familiar dadas las referencias.

Pese a que a veces es un poco helada la cocina se ha convertido en mi lugar favorito dentro de esta casa, pues día tras día se presta para armar nuevos lazos.

lunes, 13 de julio de 2009

Canto en viaje

Cuando dios repartió a la gente en el mundo decidió dejar a todos los gentiles y encantadores en Uruguay. El viaje a Colonia y luego a Montevideo estuvo marcado por la emoción de la noche del jueves. Ladran Sancho que tiene una capacidad para unas 25 personas, estuvo prácticamente completo y lo más hermoso es que la mayoría eran amistades construidas en estos tres meses. Fue tal como en el Café Negro o como los antiguos encuentros de Barco Ebrio.

Los pocos que quedaron en la residencial donde vivo partieron en masa al local. Dani, mis profesores de yoga, mi compañero chileno de Flacso, Mauro, y mis incondicionales amigos de ruta en el viaje de Cusco, Pablito y Javi. El resto, público "anónimo" terminó ya hacia el final entusiasmándose con el repertorio de más de 20 canciones.

En honor a la verdad debo decir que me falta mucho para ser una verdadera profesional, pues siempre al principio algún nervio que no es de acero me traiciona y pese al ensayo incurro (todavía) en baches técnicos. Lo bueno es que he aprendido, tras los consejos del "círculo de hierro" , a no poner las antiguas caras que revelan mis errores, un acorde mal ubicado en la guitarra u olvidos de la letra.


En minutos la fuerza del corazón, el entusiasmo, la concentración y también flujos de energía constante que estoy segura me llegaban desde el otro lado de la cordillera, fueron cimentando mis pies en el escenario y sumando aplausos poco a poco. Hasta un grito salió por ahí luego de cantar La Ira y Entendiendo, mis hits definitivamente.

En general los comentarios fueron todos positivos y en caso de querer, seguro puedo volver al local a hacer un nuevo experimento.

Pero más allá del ejercicio de cantar en público y tener que vencer esta barrera psicológica de la distancia, lo bello de la noche fue constatar que hasta ahora todo lo que he querido concretar se ha resuelto mágicamente. Con una sincronía que entiendo, pero que sigue asombrándome y emocionándome por su belleza. Y es que es tan particular la sensación de integrar un perfecto engranaje de hechos, de fluir suavemente.

Tengo en la memoria recuerdos de la antigua vida, cuando al final del día sentía que de alguna manera algo quedaba sin resolver. La alegría de siempre puesta en lo cotidiano no era suficiente (ahora lo veo) para sentir esta libertad, reciprocidad y agradecimiento. Es distinto cuando uno recibe constantes bendiciones.

Esta sensación me acompañó durante los días siguientes cuando partí rumbo a Colonia y Montevideo. La primera, una ciudad que hace honor a su nombre en el casco antiguo, con callecitas con adoquines preciosos, casas de color ladrillo adornadas con enredaderas y faroles que emulan la época del sereno. Estaba tan impactada que en un momento al interior de una de las casas tuve que decirle a una pareja de argentinos mayores "disculpen, pero tengo que compartir esto con alguien, ¿cómo es posible que sea tan lindo este lugar?. Porque sí debo reconocer que el viajar sola genera de cuando en vez el problema técnico de no tener quien te saque fotografías en el momento exacto y la dificultad de compartir la emoción del minuto. Pero esa también es otra forma de llevarse al límite. Hablar con desconocidos en la calle es un buen ejercicio para abrirse al mundo y abandonar el miedo.


Luego, la carretera que une a Colonia con Montevideo durante varios minutos me recordó la patagonia chilena. Una llanura verde que ese sábado se extendió bajo particulares nubes de las más diversas formas. Se movían rápido como en Magallanes y estaban más bien dispersas así es que dejaban entrar la luz solar. Me encantó el viaje. El sol iluminado mi cara y yo disfrutando de las casas que aparecían agrupadas en pueblos o villas cada cierto tiempo. Linda esa parte de Uruguay y al parecer, muy potentada también.


La capital tiene la particularidad de ser moderna, pero de mantener el ritmo del Chile de los años ochenta. El comercio se cierra los sábados a las dos de la tarde, no existe una saturación por exceso de microbuses aunque hay excelente locomoción y la gente circula con un relajo impactante. Es una ciudad que a ratos me sonó a Valparaíso por su arquitectura y la brisa del puerto. El stress y la histeria de Buenos Aires desaparecieron en la quietud de Montevideo. Lo agradecí.

Y ese mismo día de vuelta del recorrido turístico de rigor, me encontré con lo típico de las hostales internacionales. En la sala de estar había un grupo compuesto por francesa, polaca, gringo, inglés y porteño tocando guitarra. Me sumé por supuesto y estuvimos cantando hasta antes del asado que compartimos en la noche con el resto de los pasajeros (el mío fue de papa y morrón por cierto). Se sumaron entre tanto un venezolano y un brasileño con quien pudimos cantar a Marisa Montes y luego algunos uruguayos de la residencial que estaban felices con la letra de mis canciones y la voz. Breves segundos para el ego y la sensación de estar en gira. La noche fue coronada en una salsoteca, dónde me saqué todas las ganas que tenía de bailar acumuladas por más de tres meses.

El viaje de regreso a Colonia y Buenos Aires sirvió para decantar. Volvía a mi realidad, pero también sentí muy fuertemente que volvía a casa. Y ahí me acordé mucho de la canción con la que terminé el concierto del jueves, "Partir" (creada acá en el marco del taller de composición). Mientras caminaba por la callecitas de Buenos Aires cerca de las 11 de la noche no había nada que me pareciera extraño o poco familiar. Todo en su lugar, con los mismos olores, el mismo viento helado de invierno, los mismos porteños, el mismo día domingo.


Me gustó regresar y sentir como dice la canción que aunque no tengo raíces siempre "tengo un nuevo hogar dibujado en el centro de mi pecho".

domingo, 5 de julio de 2009

Quietud



La residencial está vacía desde hoy. Muchos de los estudiantes que aquí viven, la mayoría brasileños, retornó a casa a raíz de la suspención de clases.
Es una extraña quietud esto del silencio. Cuando están todos circulando por los pasillos, jugando en la mesa de pool cercana a mi dormitorio, repletando la cocina con olor a carne, porotos negros y arroz, el silencio se vuelve una necesidad. Y ahora parece ser más bien un vacío profundo.
Los espacios se hacen anchos y el tiempo más largo.
Así es la ausencia de palabras y quizás por ello lo inexplicable siempre resulta en mutismo. El lenguaje se hace pequeño, insuficiente para transmitir lo más íntimo que es también lo más real.
Hace un rato siento que estoy teniendo un cambio de piel, cual serpiente. Una experiencia espiritual, si se quiere, que me lleva a retrotraerme no sólo de las personas, también de mis ideas. Estoy cansada de pensar y mientras más siento, menos opera mi cabeza.
Me rendí hace un tiempo ante la vida. Ella es mucho más sabia y sabe perfectamente dónde llevarme. Lo bello es que en el silencio, superada la sensación de vacío o soledad, su voz adquiere fuerza. No puedo evitar escucharla, seguirla y ejercer en ella mi destino.
A casi tres meses de haber emigrado de Santiago hago el primer balance de esta aventura. Cada hecho, cada obstáculo, cada pequeña meta lograda es el fiel reflejo de una imagen dibujada en mi corazón desde que tengo memoria.

jueves, 2 de julio de 2009

Miedo

Mi última tarea para composición fue realizar una canción bailable. Recuerdo que Silvio tiene un par de salsas de la época antigua, cuando todavía se hablaba de trova cubana y no de la "nueva" trova. Las letras no las recuerdo tanto y, en honor a la verdad, como salsa bailable resultan una fomedad.
Sin pretender acercarme a Rodríguez, esta vez también jugué a hacer una especie de son son chilenizado con influencia porteña. Es decir, una extravagancia ni muy bailable ni muy divertida (según yo) que creí terminaría por colmar la santa paciencia de Edgardo. Pero me equivoqué. Resultó ser para él mi trabajo más completo y acabado.
Lo interesante fue engachar en la melodía la letra que no habla de otra cosa que la peste del miedo, esparcida ya por toda la provincia de Buenos Aires, por todo el país, por todo el mundo.
El miedo y el control de él son una estupenda herramienta para facilitar algo tan anacrónico como un golpe de Estado en Honduras (hecho que me ha conmovido profundamente). O para permitir a los medios de comunicación, farmacéuticas (¡Roche por cierto!) y los fabricantes de las mascarillas anti contagio y productos asociados, generar más dividendos a través del alarmismo público. Desde el lunes, en Argentina no se habla otra cosa que de los 43 muertos por la gripe A1 y la emergencia sanitaria interpuesta. Vacaciones de invierno adelantadas para colegios, suspensión de clases en las Universidades (yo misma estaré sin Flacso quizás por cuanto tiempo), personas que te miran con cara de terror si toses en el subte, la farmacia o en la calle incluso. Recomendación de no frecuentar espacios públicos, cines, teatros. Reclusión de la población en las casas.
Y yo me pregunto ¿por qué la gente renuncia tan facilmente, sin cuestionamiento, a esta reducción de la libertad individual? Cómo se puede llegar a manipular y generar tanta alarma que las personas realmente creen que una gripe- de acuerdo: fuerte, con bichos difícil de controlar que mutan más rápido, que te bota de frentón a la cama por unos días, etc-, ¡pero que es una gripe al fin y al cabo!, tiene el poder de encerrarte entre tus cuatro paredes e inmovilizarte a riesgo de muerte.
Finalmente toda esta paranoia nos hace atentar contra nosotros mismos. Nos hace renunciar a nuestro derecho de circular libremente por las calles, de tener sano esparcimiento, de vivir sin la carga del miedo.
Claro, políticamente es muy útil toda esta campaña. Ya nadie habla de las elecciones del domingo 28 que resultaron ser muy contraproducentes para el Gobierno. Curiosamente, al día siguiente, el lunes 29 renuncia la Ministra de Salud y la Presidenta con una eficiencia asombrosa (yo estaba realmente impresionada) nombró al nuevo jefe de gabinete en un lapso de una hora. En la tarde, del mismo día, se establece una emergencia sanitaria, que era EMERGENCIA, tan urgencia que las actividades académicas no se suspenderían de inmediato sino una semana después.
El país enloqueció y yo, que me niego a sumirme en onda del terror (que se agarra de cualquier tema: seguridad ciudadana, porcinos, atentados terroristas imaginados y tantos otros), decido mantenerme fuera de esto.
Mi instructor de Yoga se preguntaba cómo es posible que la ciencia sea capaz de clonar seres vivos y no de detener una gripe. Yo le decía que es porque eventos como la clonación son sólo una ilusión, una mentira que inventa el intelecto para hacernos creer que podemos controlar la naturaleza. Pero frente a los estragos de un microbio, bien podemos darnos cuenta que no sólo somos incapaces de emular su poder, sino que ni siquiera podemos manejarla.
Y así, mis actividades que están encasilladas en el sistema se detienen porque, precisamente, por ser tan formales no pueden revelarse contra esta imposición.
Por suerte mi energía está puesta en la música, la danza, el yoga, pasiones que nos muestran otra perspectiva, que siguen adelante pese a la paranoia para así, finalmente, ganarle a la cultura del miedo.
(Punto a parte, por cierto, es mi motivación de la semana. Prepapar la primera tocata en Baires, programada para el próximo jueves).