sábado, 5 de diciembre de 2009

De vuelta


Hace un mes que llegué a Chile. Hace más de un mes que el blog quedó suspendido, abandonado.
Pero la vida no perdió intensidad. Todo lo contrario, un yo movilizado se sumergió en la vorágine del cambio, de la readaptación, de los reencuentros.
La despedida de Argentina fue dolorosa. Paloma dijo que una parte de mi quedaría por siempre en Buenos Aires y sé que tiene razón. Tanta, que creo será imposible no ir a visitarla cada cierto tiempo.
Las últimas dos semanas en Buenos Aires fueron de recorridos turísticos tal como en el principio, pero con más conocimiento de causa, de la ciudad, de la ciudadanía y con la presencia de mis padres, Benjamín y luego de Puran.
Volví a transitar por las calles de un Baires cultural, bohemio, ajeno y propio a la vez. Efectivamente experimenté en esos días una muerte simbólica. La partida fue ruda, desgarradora, apegada, con un vacío gigante en el corazón que gracias al apoyo de mi familia y Puran se suavizó y transmutó en profundo agradecimiento.
Al aterrizar en Santiago, con el paso de las horas, me di cuenta que a veces llegar es más difícil que partir. Hoy con la distancia de los últimos 30 días todavía me despierto sin saber a ciencia cierta si estoy en el dormitorio de Córdoba 2980 o en la casa de mi hermana Bonifaz. Si debo programar mi día en función de la práctica yóguica con Víctor, la reuniones con Daniela o Marina, el mate con Rejane, la cerveza en el bar de Cao o focalizarme en terminar el ensayo para Flacso y gestionar nuevamente dinero en este Chile que exuda Navidad, elecciones, consumo, fin de año, rostros cansados.
De a poco voy retomando los lazos, el ritmo, diferente al de Argentina, muy diferente al mío antes del viaje. A ratos me enredo en la falta de estabilidad, me angustio y por lo mismo agradezco no haber pensado jamás en este momento cuando decidí soltar todo y largarme. De haberlo hecho, probablemente nunca habría corrido el riesgo de cruzar la coordillera y después de siete meses volver a nacer.
Mi día a día es incierto y para sobrellevarlo me aferro a la sensación de sorpresa. Muy en el fondo, pese a las dudas y al juego trastornado de la mente, mi corazón susurra que todo está moviéndose como debe ser. Que sigo en el camino correcto y que más temprano que tarde comenzarán a resolverse los pendientes. Es una certeza muy íntima que palpita con fuerza cuando logro traspasar mi cabeza y los miedos que ella figura. Es la segunda certeza real que tengo en mi vida. La primera fue cuando decidí tomar el avión en el último abril.