lunes, 13 de septiembre de 2010

Como las margaritas

Mi piel no era piel sino escamas. De los pies salían raíces, no podía avanzar. Mi pelo largo, muy largo terminaba en la cintura con rizos perfectos negros y blancos visibles en el espejo que sostenía en la mano derecha. Un zorzal paró en mi hombro y me dijo al oído "no eres árbol, sino flor; para seguir conviértete en flor" Y automáticamente comencé a desvanecerme en la tierra. El tronco se hizo ínfimo, sutil, liviano, verde. De mi cadera un tallo firme pero delgado y desde ahí una hoja tierna. Las escamas se suavizaron hasta desaparecer. Ahora el pelo completo cano se armaba en pétalos, como los de las margaritas silvestres, esas flores que orillan la playa de Isla Negra y que me hacen reir.
El sol iluminaba la cara.