miércoles, 6 de noviembre de 2013

El nacimiento

Vivíamos en Isla de Pascua, pero la calle principal era el paseo peatonal de San Pedro de Atacama. Por el costado sur habían puertas por donde entraban mujeres preñadas. Eran extraterrestres que prestaban sus vientres a chilenas estériles.
Un colega periodista y yo armábamos unos bolsas reciclables con pañales de género, manuales y otros insumos de apoyo para la maternidad. Repartíamos cada una de estos souvenir a cada mujer que atravesaba la frontera.
De pronto un isleño semidesnudo me preguntó si tenía FaceTime. Le digo que no, pero el colega periodista me desmiente. El isleño me mira ofendido y le explico que lo que tengo es skype. Me volteo y en el camino me encuentro con una extraterrestre que no está embarazada. Es quien me dará sus óvulos extraídos de un salar de Marte para que yo misma pueda experimentar el estado de gravidez. La miro y luego ingreso a una casa que tiene la puerta abierta. Adentro, mi mamá toca una campana y anuncia con euforia que ha nacido un varón. Me entero que es el único entre todas las nenas dadas a luz. Me veo de perfil sobre la cama, con cara de parturienta primeriza. A mi lado izquierdo, de pie, Puran sostiene entre sus brazos al recién nacido. Lo mira con emoción, asustado, pero desbordado de felicidad. Desperté.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Cambio de piel

He tenido una vida feliz. Los dolores (ni pocos ni intrascendentes) sólo han sacado más lustre a esa felicidad, construida a punta de encuentros, tertulias, canto, familia y amor.
Anoche, a las 11:35 pm, comencé la vuelta al sol número 37 con mis hermanos y hermanas en casa, los de sangre y los escogidos en el camino. Con Puran. Con recuerdos de Loreto y la leonera. La rueda del auto que mis hermanos envolvieron con papel de regalo para decirle al papá que se había salido del pequeño Daewoo Tico usado como 4x4 en las dunas. De los cortometrajes dirigidos por Pablo y actuados por un Felipe de 10 y un Ignacio y Mauricio de 6 años. Con un Benja de 3, espantado por las pascuences que se bañaron desnudas a las 8 de la mañana en la piscina de la casa. Con el canto de Manuel, Nano, de Silvio. Como antes, como siempre.
Ya he cambiado mi piel. La serpiente que me habita, alada y con más pinta de Ave Fénix me hizo resurigir de las cenizas con más fuerza, con más vida, pero reinventada. Es imposible ser la misma de antes. Hoy comienzo el ciclo con una nueva versión de mi misma, dispuesta a ser explorada para descubrir nuevos desafíos, nuevos límites, aprendizajes y también nuevos dolores abiertos a enseñarme lo grande y lo profunda que es mi felicidad.

martes, 23 de julio de 2013

Oh Melancolía

Hace unos días me topé con la canción Oh Melancolía!de Silvio que utilizamos como let motive de un documental escolar, hecho en tercero medio y en el que entrevistábamos a un ermitaño de la costa de Chañaral que durante la dictadura se autoexilió en el Desierto de Atacama. Nuestro objetivo era hablar de la soledad. Teníamos 16 o 17 años.
Escuchándola tuve un viaje. Entre medio de mi múltiples melancolías de los últimos días apareció con fuerza la de esa época, trayéndome recuerdos de un periodo feliz y lejano.
Me acordé de mi despertar social, sentimental y sexual. De la cofradía del "punto uno", de los amigos y de la vastedad del paisaje de Salvador que parecía ser entonces una metáfora de nuestras infinitas posibilidades de futuro.
Recordé mis primeras guitarras sobre escena, la celebración del aniversario del liceo con plantaciones de árboles y venta de papas, fritas por nosotros mismos. De las ocupaciones que hacíamos de las casas vacías del barrio americano para pasar una noche de conversas y primeros vinos con los amigos y pretendientes. Del chocolate capri que comíamos con la chica una vez a la semana, sentadas en la pandereta del hotel.
Me acordé de las escapadas con el Lalo en jeep al cerro, de la primera vez, del drama que hubo al final de la historia. De la alegría, la inocencia y de la certeza de tener todas las opciones disponibles. Del brillo en los ojos, de la libertad.
Ese espacio aparece en mi memoria con la imagen de una Carolina que nunca llegué a ser. Probablemente me resolví de mucho mejor manera en algunos aspectos. Salí al mundo, erradiqué preconceptos impresos en el adn, me di la opción de dejarlo todo y empezar de nuevo. Traspasé mis límites, mi propias fronteras mentales, pero no sé por qué hoy tengo la sensación que esa oportunidad la tuve sólo porque lo hice en un periodo en el que no tenía nada que perder, un periodo de liviana juventud en el que el cambiar de opinión era un derecho que no me atrasaba, ni restaba sustancia.
Hoy siento que la vida se abalanza sobre mi y que ya no hay tiempo de modificar ni recomenzar nada, aún cuando la tendencia a la fuga me aprieta el pecho y se traduce en el primer pensamiento del día.


martes, 18 de junio de 2013

Me explico

No es sólo necesidad de sexo por sexo. Es la complicidad que nace en la cercanía de los cuerpos. Es el juego previo y post, la conversación transparente, el intercambio energético. Es el vínculo.
No sé si es cosa de minas, pero creo que una podría prescindir de un polvo por un rato, si es que entre una y el otro permaneciera el estado de conexión absoluta. Pero cuando esto se pierde, cuando aquella unidad imprescindible se pierde, la necesidad de sexo, que además del placer en sí mismo ofrece la clave del acercamiento, se vuelve una urgencia. 
Sucede que a estas alturas, el futuro está siendo siempre más difícil de sobrellevar que lo que va quedando atrás. 
Ahora en casa, Puran se ha vuelto inaccesible. Volvió a su vieja costumbre de iniciar un viaje hacia dentro como otros, en otras épocas, que lo llevaron muy lejos de su entorno y de las personas que lo amaron. Yo me di cuenta de ello al segundo o tercer día del alta. Vi con mucha desconfianza cómo fue preparando sus maletas hasta que sin despedirse decidió cerrar la puerta hacia el exterior. Le advertí que estaba bien que procesara, pero que no se aislara demasiado. Que si insistía en sumergirse muy profundamente terminaríamos por perdernos de vista. Y está sucediendo.
Estos últimos días he sentido su ausencia y su indolencia ante la pena que provoca en mi su encierro. A ratos siento que hablo con otra persona, en una frecuencia totalmente distinta. Le he dicho, por ejemplo, que hace tanto rato no me siento amada. Siento su cariño, su agradecimiento, incluso la necesidad que despierto en él, pero no el amor que dice profesar.Y su respuesta es que en todo este tiempo de miedo e incertidumbre mi mano lo ha conducido, contenido y hecho sentir en casa. Entonces, nuevamente, veo que no entiende que esto no se trata de él sino de mí y que su argumento justamente, no hace otra cosa, que corroborar mi sospecha.
Le he dicho que requiero algo de ternura, un gesto, un algo que me nutra de vuelta porque me estoy quedando vacía y seca. Me pide que lo perdone, como si por el solo hecho de solicitarlo yo dejara de sentir el dolor que me causa su indiferencia. Pero se equivoca, porque más evidente se vuelve su encierro y con ello más me aleja. ¿Cómo puedo perdonar algo sin signo de retractación? En qué minuto de la historia el verbo perdonar comenzó a conjugarse como aceptar. ¡Perdón!, pero yo entiendo el amor como un esfuerzo de empatizar con el otro, como una energía que mueve voluntades y que inspira para ser mejor que lo que se era como individuo solitario. No como una justificación que ampare un universo centrado en el ombligo.
Le he dicho, se lo he dicho, pero no logro que me escuche ni que asome su rostro a nuestra ventana.


viernes, 7 de junio de 2013

Padecer

Cuando Olivier se fue, experimenté un dolor inédito y devastador. Nunca más volví a sentir lo mismo, pese a que viví otros abandonos tan o más importantes. El dolor era una cosa, pero la sensación de soledad era otra igual de profunda y aniquilante. No es que estuviera sola, pero mis amigos, mi familia aunque estuvieron todo el tiempo pendientes tratando de ponerse en mis zapatos, no podían percibir la intensidad del duelo. Esa soledad tampoco volví a experimentarla, sino hasta ahora que Puran lucha por recuperarse en medio de una convalecencia frágil y delgada.
Hoy es de esos días en los que todos quienes nos han sostenido, los amigos, la familia, continúan con justa razón sus  vidas, mientras yo siento esa misma soledad abismante que no puedo, aunque quisiera, compartirla.

No es solo uno el que padece  esta enfermedad. Es el que tiene el cáncer y el o la que lo acompaña a cada control, a cada quimioterapia. La que despierta en la noche cuando el protagonista se desvela, tiene taquicardias o necesita ir tres, cuatro o cinco veces al baño. La que observa como las nauseas por leves que sean afectan el ánimo, la que escucha los gases, la que soporta el mal humor o los gestos de desagravio. La que corre a resolver temas de licencias, pagos y atrasos de la Isapre entre el tiempo destinado al trabajo, las visitas al hospital y la casa. La que escuchó primero el diagnóstico aterrador. La que tuvo que comunicarlo. La que ve como su pelo se va poniendo gris, mientras el pelo del otro se cae a pedazos. La que siente el cuerpo agotado y observa cómo la juventud de a poco se va escapando. La que deja de recibir besos y caricias, a cambio de molestia, mutismo y desgano. La que dibuja carteles de bienvenida e infla globos para recibirlo en casa tras el alta y la que regresa sola porque ese día se posterga a causa de una fiebre inexplicable. La que sostiene, la que ama, la que entrega energía, la que ríe y empatiza y que al final de todo, aunque no lo esté, se siente  igual desamparada.

lunes, 13 de mayo de 2013

La ida y la vuelta

Las calles que recorrí,  el acento que resistí, el olor a humedad, los paisajes que incorporé como referencia. El puesto de la esquina, el restaurant vegetariano, el paseador de perros, el mate de las 10 y el otro de las 3. El camino que lleva al rosedal, la calle Thames y el café de la esquina con su tostado de tomate y queso. Ese que fue el primero dónde cruzamos palabras con Daniela y desde dónde vimos a un tipo con pistola en mano que corría tras haberla descargado, mientras nosotras, ¡justo, justo!, hablábamos de la seguridad de la ciudad.
El letrero que dice "Juncal" y los recuerdos que aparecen de las idas al cine, los -4 de temperatura que me hicieron tiritar. El departamento pequeño al lado del Delicity ahí en Godoy Cruz, dónde alguna vez desayunamos. Y mi boina tejida de lana blanca que perdí en algún taxi. El jardín de los gatos y el comienzo de todo.
Las caminatas eternas y solitarias por el Abasto. Las idas y venidas desde Bulnes con Charcas hasta el hostal, y de Aguero hasta calle Córdoba y de ahí hasta la 21 de mayo, Carlos Pelegrini o cualquiera del down town.
La conversación con Rejane en la cocina un día de trópico en medio de un  agosto helado. Las mujeres corriendo con los lobos.
La sensación de liviandad y libertad, de magia y de hogar. Buenos Aires como mi desierto en el norte de Chile.

lunes, 11 de febrero de 2013

Bajo el signo cáncer


Cuando diagnosticaron a Puran de cáncer no pensé en la muerte, sino en lo compleja que se volvería la vida. Quimioterapias dolorosas, invalidantes. Vómitos, caída del pelo, cambios en el humor. Para mi sorpresa, de tan enorme y posible que veía el escenario, éste nunca se armó.
Cada lunes, el proceso de la quimio se inició al lado de un altar improvisado con las imágenes de sus dos maestros yoguis, cuarzo, vela, japa mala y mantras. Al día siguiente terapia bioenergética. Desde hace cuatro meses y de forma diaria flores de bach, once minutos de meditación nocturna, yoga y sobre todo una enorme voluntad de superar el trance.
El resultado, martes y miércoles durante los 3 primeros meses molestias soportables. Algo de malestar estomacal, insomnio, taquicardia solo la primera noche. No náuseas, no caída del pelo, no malestar que terminara por empeorar su calidad de vida. Hasta hoy, que debimos suspender las muy cortas y simples vacaciones programadas en Cajón del Maipo, por un cuadro febril y digestivo. Algo comió que le hizo corto circuito y con las defensas bajas producto de la inmunosupresión, se fue al carajo. Terminamos a las 11 de la noche en la urgencia del hospital, preocupados por las infinitas posibilidades que te ofrece la mente, frustrados y quebrados anímica y económicamente.
En todo este tiempo ha crecido mi admiración por su temple y su valentía para abordar el proceso. Su predisposición lo ha transformado en un paciente oncológico atípico, que desde el principio decidió tomar la enfermedad como una oportunidad para sanar no sólo físicamente, sino de manera integral de tal manera de erradicar los patrones mentales y espirituales que, mucho antes de comenzar nuestra vida en pareja, aparecieron, se establecieron y reprodujeron  quedando anclados en su estructura más esencial. Ni más ni menos que la médula ósea.
En un comienzo a ambos nos entusiasmó la idea de buscar múltiples explicaciones sutiles de por qué un cáncer de estas características y  a estas alturas de su vida.
Algunas conclusiones nos hablaban del resabio de ese tiempo oscuro, en el que estuvo sumido en la depresión y el abandono, sin apertura al amor provocada por el desamor propio y la soledad autoimpuesta. Suponíamos esto porque los antecedentes de la enfermedad datan de unos 5 años atrás, periodo en el que Puran desestimó seguir la pista de los indicadores alterados. Y ahora, en exámenes de rutina, los mismos datos se repetían, pero en una línea recta en ascenso. La explicación lo incentivó entonces a tomar el tratamiento como un desafío para deshacerse para siempre de aquello que había originado esta afección, aquello que pone en jaque el origen de todo, la médula, el adn, la identidad.
El cáncer se transformó entonces en un proceso de reparación que abriría el espacio para integrar los aspectos aún dispersos y desconectados de su ser. Una suerte de catalizador para la sanación más absoluta y profunda que permitiría a la larga consolidar un renacimiento iniciado hace algo más de dos años.
Y nada lo abatió durante las 12 primeras quimioterapias semanales. La gente que lo conoce y está al tanto de la enfermedad lo miraba con asombro. Les impresionaba lo bien que estaba, más lindo, más luminoso y energizado.  Y era verdad. Conforme pasaban los días, su disposición a lo que viniera era cada vez más positiva. Su voluntad y determinación para sostener con disciplina su sadhana personal, su práctica íntima, lo fortalecían y su imagen crecía ante mí, que veía con un amor profundo como su potencial comenzaba a manifestarse, transformándose en lo mejor de sí mismo.
El único y no menor temor que apareció este tiempo fue la amenaza de no poder ser padres o de lograr concebir a futuro con mucha dificultad. En la medida que han pasado las semanas esto se ha vuelto más complejo y difícil de asimilar, pues de todas las voces especialistas la que resuena con más fuerza hoy en día es una fertilización manipulada a través de la técnica in vitro. Es decir, una posibilidad que en lo personal me lleva al límite de mis capacidades y de la aceptación. Una realidad que por ahora me deja fuera de la concepción propia y que probablemente ha menguado la fortaleza y el buen ánimo para afrontar lo que queda.
Esta suerte de pérdida anticipada, por un lado y la sensación de bienestar físico por otro generó de alguna manera bajar las defensas y olvidar el estado de alerta. Con esto aquello que sería en definitiva el principal aprendizaje de esta experiencia, la actitud permanente de autocuidado y amor hacia sí mismo que lo mantenía estable y sano. Si bien su intoxicación fue leve y sin grandes consecuencias, el estado de vulnerabilidad en que lo situó por algunas horas trajo de vuelta el sentido original de todo este viaje. Nunca más abandonarse, nunca más desconectarse de la fuente, de su espíritu creativo, de los elementos, hábitos y emociones que lo mantienen anclado en su centro y transitando por la vida con plena consciencia. Y desde ahí tomar la decisión de qué es lo que quiere construir y con qué quiere trascender, a lado de quienes, por cuál camino.
Un pendiente que apela a mi  fe en el cambio, cada vez más escasa. Que me obliga a dar junto a él un salto al vacío, confiada en su capacidad de reinvetarse y salir adelante, de crecer. Es la parte más difícil del camino. Cuando la pendiente se acentúa y entiendes que lo que se pierde en vida en mucho más que la ilusión de la vida versus la muerte. Que el cliché "lo que no mata, hace más fuerte" es real, pero que es más cierta la letra chica que se olvida en la frase y que menciona cómo mientras todo ocurre tu relación de pareja se desgasta, sucumbe a la presión y aparecen múltiples sentimientos oscuros, tan humanos como inimaginables, hacia un ser que, hasta entonces, pensabas amabas de forma incondicional.
El cáncer y la sensación de lo pendiente, saca lo peor de quienes lo viven y de quienes acompañan íntimamente esa experiencia. Durante estos días las dudas repletan mi cabeza, pero aún se disipan cuando lo miro a los ojos y penetro en su alma tan complementaria a la mía. Siento que transitamos a diario sobre una cuerda floja, sostenida en ambos extremos por el amor profundo que aún nos tenemos. Es la fuerza que me hace pensar que sí saldremos fortalecidos de este viaje sombrío e ingrato. Que un día ya no sentiremos que vivimos en un equilibrio precario amenazado por el cansancio y las continuas renuncias.
Es la tarea pendiente que se debe resolver, ad portas del trasplante de médula que cuál reset final de su estructura le permitirá volver a empezar, limpio, consciente y con un gran mundo por descubrir.

Santiago, 31 de enero de 2013.