Cuando diagnosticaron a Puran de cáncer no
pensé en la muerte, sino en lo compleja que se volvería la vida. Quimioterapias
dolorosas, invalidantes. Vómitos, caída del pelo, cambios en el humor. Para mi
sorpresa, de tan enorme y posible que veía el escenario, éste nunca se armó.
Cada lunes, el proceso de la quimio se inició
al lado de un altar improvisado con las imágenes de sus dos maestros yoguis,
cuarzo, vela, japa mala y mantras. Al día siguiente terapia bioenergética.
Desde hace cuatro meses y de forma diaria flores de bach, once minutos de
meditación nocturna, yoga y sobre todo una enorme voluntad de superar el trance.
El resultado, martes y miércoles durante los 3
primeros meses molestias soportables. Algo de malestar estomacal, insomnio,
taquicardia solo la primera noche. No náuseas, no caída del pelo, no malestar
que terminara por empeorar su calidad de vida. Hasta hoy, que debimos suspender
las muy cortas y simples vacaciones programadas en Cajón del Maipo, por un
cuadro febril y digestivo. Algo comió que le hizo corto circuito y con las
defensas bajas producto de la inmunosupresión, se fue al carajo. Terminamos a
las 11 de la noche en la urgencia del hospital, preocupados por las infinitas
posibilidades que te ofrece la mente, frustrados y quebrados anímica y
económicamente.
En todo este tiempo ha crecido mi admiración
por su temple y su valentía para abordar el proceso. Su predisposición lo ha
transformado en un paciente oncológico atípico, que desde el principio decidió
tomar la enfermedad como una oportunidad para sanar no sólo físicamente, sino
de manera integral de tal manera de erradicar los patrones mentales y
espirituales que, mucho antes de comenzar nuestra vida en pareja, aparecieron,
se establecieron y reprodujeron quedando
anclados en su estructura más esencial. Ni más ni menos que la médula ósea.
En un comienzo a ambos nos entusiasmó la idea
de buscar múltiples explicaciones sutiles de por qué un cáncer de estas
características y a estas alturas de su
vida.
Algunas conclusiones nos hablaban del resabio
de ese tiempo oscuro, en el que estuvo sumido en la depresión y el abandono, sin
apertura al amor provocada por el desamor propio y la soledad autoimpuesta.
Suponíamos esto porque los antecedentes de la enfermedad datan de unos 5 años
atrás, periodo en el que Puran desestimó seguir la pista de los indicadores
alterados. Y ahora, en exámenes de rutina, los mismos datos se repetían, pero
en una línea recta en ascenso. La explicación lo incentivó entonces a tomar el
tratamiento como un desafío para deshacerse para siempre de aquello que había
originado esta afección, aquello que pone en jaque el origen de todo, la
médula, el adn, la identidad.
El cáncer se transformó entonces en un proceso
de reparación que abriría el espacio para integrar los aspectos aún dispersos y
desconectados de su ser. Una suerte de catalizador para la sanación más
absoluta y profunda que permitiría a la larga consolidar un renacimiento
iniciado hace algo más de dos años.
Y nada lo abatió durante las 12 primeras quimioterapias semanales. La gente que lo conoce y está al tanto de la
enfermedad lo miraba con asombro. Les impresionaba lo bien que estaba, más
lindo, más luminoso y energizado. Y era
verdad. Conforme pasaban los días, su disposición a lo que viniera era cada vez
más positiva. Su voluntad y determinación para sostener con disciplina su sadhana personal, su práctica íntima, lo
fortalecían y su imagen crecía ante mí, que veía con un amor profundo como su
potencial comenzaba a manifestarse, transformándose en lo mejor de sí mismo.
El único y no menor temor que apareció este tiempo fue la amenaza de no poder ser
padres o de lograr concebir a futuro con mucha dificultad. En la medida que han
pasado las semanas esto se ha vuelto más complejo y difícil de asimilar, pues
de todas las voces especialistas la que resuena con más fuerza hoy en día es
una fertilización manipulada a través de la técnica in vitro. Es decir, una
posibilidad que en lo personal me lleva al límite de mis capacidades y de la
aceptación. Una realidad que por ahora me deja fuera de la concepción propia y
que probablemente ha menguado la fortaleza y el buen ánimo para afrontar lo que
queda.
Esta suerte de pérdida anticipada, por un lado
y la sensación de bienestar físico por otro generó de alguna manera bajar las
defensas y olvidar el estado de alerta. Con esto aquello que sería en
definitiva el principal aprendizaje de esta experiencia, la actitud permanente
de autocuidado y amor hacia sí mismo que lo mantenía estable y sano. Si bien su
intoxicación fue leve y sin grandes consecuencias, el estado de vulnerabilidad
en que lo situó por algunas horas trajo de vuelta el sentido original de todo
este viaje. Nunca más abandonarse, nunca más desconectarse de la fuente, de su
espíritu creativo, de los elementos, hábitos y emociones que lo mantienen
anclado en su centro y transitando por la vida con plena consciencia. Y desde
ahí tomar la decisión de qué es lo que quiere construir y con qué quiere
trascender, a lado de quienes, por cuál camino.
Un pendiente que apela a mi fe en el cambio, cada vez más escasa. Que me obliga a dar junto a él un salto al vacío, confiada en su capacidad de reinvetarse y salir adelante, de crecer. Es la parte más difícil del camino. Cuando la pendiente se acentúa y entiendes que lo que se pierde en vida en mucho más que la ilusión de la vida versus la muerte. Que el cliché "lo que no mata, hace más fuerte" es real, pero que es más cierta la letra chica que se olvida en la frase y que menciona cómo mientras todo ocurre tu relación de pareja se desgasta, sucumbe a la presión y aparecen múltiples sentimientos oscuros, tan humanos como inimaginables, hacia un ser que, hasta entonces, pensabas amabas de forma incondicional.
El cáncer y la sensación de lo pendiente, saca lo peor de quienes lo viven y de quienes acompañan íntimamente esa experiencia. Durante estos días las dudas repletan mi cabeza, pero aún se disipan cuando lo miro a los ojos y penetro en su alma tan complementaria a la mía. Siento que transitamos a diario sobre una cuerda floja, sostenida en ambos extremos por el amor profundo que aún nos tenemos. Es la fuerza que me hace pensar que sí saldremos fortalecidos de este viaje sombrío e ingrato. Que un día ya no sentiremos que vivimos en un equilibrio precario amenazado por el cansancio y las continuas renuncias.
Es la tarea pendiente que se debe resolver, ad
portas del trasplante de médula que cuál reset final de su estructura le
permitirá volver a empezar, limpio, consciente y con un gran mundo por
descubrir.
Santiago, 31 de enero de 2013.