lunes, 23 de octubre de 2023

Los coleccionistas

En el sillón gris, sentado, comenzó a cerrar los ojos. Poco a poco entró en un sueño profundo, mientras la noche pintada de estrellas avanzaba sobre el acantilado boscoso que llegaba al mar. A su lado, ella se instalaba con el libro sobre antimateria, magia y poesía que tres semanas antes él le regaló para su cumpleaños. Entre líneas, pensó que teóricamente no era del todo cómodo celebrar un año con quien llevaba saliendo por algo más de un mes. Que había cierta valentía y arrojo en el acto de pensar, identificar y obsequiar, porque en pocas semanas era difícil conocer al otro.
Pero lo cierto es que nada era complicado con él, pese a las circunstancias complejas. Prueba de ello era que en solo tres meses de conversaciones extendidas y desprejuiciadas, salidas nocturnas, caricias y deseo desbordado se fue tejiendo una intimidad desconocida.
Por eso parecía natural estar en ese momento en una cabaña perdida en O'Higgins.
Ella intentó retirar la mano izquierda de su pierna, pero él la detuvo para manterla dentro de la suya. Así es que con dificultad intentó regresar a las páginas del libro. 
- "Albert Einstein decía que a los dieciséis años le surgió la idea de alcanzar un rayo de luz", leyó para sí. No pudo continuar porque recordó cuando en los intercambios iniciales hablaron de teoría de cuerdas, átomos y los multiversos de Maturana.
Todo lo que aparecía en las páginas la retrotraía a esos diálogos de interés genuino, que tenían una implícita coquetería.
Pensó que era extraño tener tantas memorias profundas en tan corto tiempo. Como aquella vez que aparecieron en ella las ganas incontenibles de escribir sobre esa noche en la que ambos experimentaron la noción extraviada del tiempo, y la sensación de perderse en el cuerpo del otro. De desdibujar el límite físico como metáfora de una fusión nuclear.
- ¡Lo atómico!, dijo él cuando leyó el texto, aludiendo a la expresión que ella siempre usa para describir lo grandioso e inabordable.
Con la conciencia de regreso en la habitación, bajó el libro y lo miró mientras él aún permanecía perdido en el sueño. El momento le pareció hermoso. ¿Cómo es que la comodidad se instala tan fácil y en tan poco tiempo entre dos perfectos desconocidos que se cruzaron por azar y predisposición?.
Aparecieron entonces en su mente el fin de semana inaugural, cuya primera noche se extendió hasta la mañana de domingo a causa de "unas ganas infinitas", como dijo él. El mensaje que apareció a las horas en su teléfono dónde él le hablaba de la belleza del encuentro. Las reuniones siguientes, los diálogos sobre política, la tarde agotada de museo, la billetera olvidada y lo significativo de compartir con los círculos afectivos más privados. El "bella" que cada tanto él deja escapar de sus labios.
Pensó entonces que tenían una buena colección de recuerdos.
Él se movió para recostarse. No la soltó. Enrelazados, sumaron otro episodio a la antología.