martes, 11 de octubre de 2011

Pulsión

El hombre moreno, alto, de manos grandes y firmes, me tomó desde las nalgas con un brazo y cruzó mi espalda con el otro. Caminó unos pasos conmigo alzada y me tiró sobre la cama. Su peso completo sobre mi horizontalidad corporal. Su virilidad despierta sobre mi pubis, sus manos explorando mis caderas, la cintura y un pecho, luego el otro. Su boca se abalanzó sobre mis senos, los disfrutó largo tiempo, para luego subir por el cuello y ahí llevarme al extremo del delirio.
Me perdí en mil gemidos. No opuse ninguna resistencia ni control. Sucumbí al erotismo primigenio. Él dominaba y yo recibía, extasiada. Salí del inconsciente. Desperté con ganas de más.

miércoles, 30 de marzo de 2011

El abuso entró en mi familia, pero no se quedó

Alrededor de su mesa mi mamá parecía asustada, dolida, contrariada, huérfana de padre y madre.
Una semana fue suficiente para que ella esclareciera los hechos y tomara partido. Ya no tenía las ganas de poner la otra mejilla a disposición de la Iglesia, porque en la macabra historia de Karadima "lo de Errázuriz es inaceptable. No puedo defenderlo" dijo.
Mi pose de erizo se fue suavizando. Palpé su desilusión y sentí de nuevo por ella un amor profundo, antiguo, incondicional y verdadero. Con sus ojitos llenos de pena me dijo que estaba en duelo y yo hice de su duelo el mío. Recordé lo que sentí a los 14 años, cuando un estudiante del colegio salesiano de Punta Arenas me dijo con furia que quería pegarle al director por "maricón". Un sacerdote que se suicidó hace pocas semanas, dejando pendiente una investigación por abusos deshonestos.
Mamá repitió cada tanto que ahora entendía tantas cosas. Cosas que aparecieron ante sus ojos en otros tiempos, confesiones de amigos curas, anécdotas truculentas de ex seminaristas y mi propia condición de apóstata.
Le confesé que una semana antes sus palabras al teléfono me habían dolido y aterrado. Le agradecí en ese minuto que estuviera compartiendo su reflexión y con ello devolviéndome la esperanza.
Sólo quienes hayan atravesado el umbral de la mentira pueden sentir lo que es despertar en otro mundo. En una realidad donde los buenos son los malos y lo que creíste, la expresión más cruda de un gran abuso de poder.
Después de limpiarnos, lo único que atiné a decirle es que nadie tenía derecho a quitarle su fe. Que dios no es propiedad de ninguna Iglesia, pastor o templo y que el abandono y la decepción que en estos días siente se transformará en una oportunidad para vivir su credo desde otro orden. Sin doctrina, con puro amor.

martes, 22 de marzo de 2011

El abuso entró en mi familia

Llamo en la noche a casa de mis papás. Mi madre, católica y apostólica, doctrinaria al punto de incomodarme, contesta y al rato me comenta lo fuerte que fue escuchar el domingo anterior en televisión a James Hamilton, médico abusado durante años por el cura Fernando Karadima. Fue algo como “qué terrible, estoy muy triste”. Pero al rato, sin ninguna claridad, sin ningún estado crítico o consciencia real me dice que “sin embargo” leyó los descargos del Cardenal Errázuriz (a quien Hamilton trató de criminal durante la entrevista) y que tiene “el corazón dividido, que no sabe qué pensar. Qué cómo dice Cristo hay que poner de nuevo la mejilla”.

Tuve ganas de vomitar. Recordé cuando esos comentarios en mi época universitaria me hacían reaccionar como bestia en su casa de Copiapó. Tuve ganas de emplazarla como entonces, de gritarle “que güevada estás diciendo”, de estallar en un discurso tan agresivo que la sacudiera y la hiciera salir de ese estado de transe hipnótico en el que la iglesia la tiene sumergida. Quise condenarla verbalmente por ignorante y pasiva. Por ser fiel al catolicismo, pese a toda su asquerosidad, y seguir participando de la misa cada domingo. Pero contuve mi ira. Quedé muda al otro lado de la línea, entre shockeada y amedrentada. Y en un segundo recordé una de las tantas frases que Hamilton usó para definir al grupo de confianza del pedófilo “no son malas personas. Han sido pervertidos”. No le dije nada. Sentí náuseas, me dio vergüenza, pero fui incapaz de decir algo que delatara mi estado.

Cuando ocurren estos hechos uno siempre piensa que está lejos de los abusados, de los abusadores, de las personas que al no tener consciencia crítica generan la ignominia de su descendencia.

La violación entró en mi familia al convertir a mi madre en otro ser que no reacciona con la monstruosidad de su tribu, la iglesia católica, que por humana y no divina abusa todo el tiempo de sus fieles. Abusa de la fe. Abusa de la moralidad fabricada a su imagen y semejanza. Abusa del poder.

Ella es otra víctima de la programación religiosa a la que ha sido sometida toda su vida. Ella no cuestiona y si llega a hacerlo, igual da crédito a los que con su silencio se transforman en cómplices, a los que con su inoperancia o falta de procedimiento se vuelven criminales.

“No son malas personas. Han sido pervertidos”, “no son malas personas. Han sido pervertidos”. Mi madre no es una mala persona, sólo ha sido pervertida y yo lo único que espero es poder enfrentarla nuevamente sin sentir el dolor y el terror que anoche provocaron en mí sus palabras.

martes, 15 de febrero de 2011

Me comprometo

La primera semana en Trancoso fue playa, siesta bajo el sol, mar tibio, tan tibio que afirmo desde ahora que después del Atlántico no hay Pacífico posible.

Llegué a Porto Seguro el sábado 29 de enero, demasiado blanca y demasiado vestida para el lugar. Confianza, creo, es la palabra que mejor interpreta mi estado durante el viaje. No sentí aprehensiones, no tuve dudas. Seguí las instrucciones que Marina envió en un correo electrónico semanas antes, con un entusiasmo tal que me tenía totalmente contagiada y rendida:

“Amiga q emocion!!!! eeeee aaaaa!!!! mas eeee!!!!!

mira para facer en micro asta(ya se q falta la "_"asta pero se me exo a perder la "axe" caxai??? bueno sigooo...del aeropuerto caminara la RODOVIARIA q segun Lu son 10 cuadras y si vienes con moxila esta piola, igual deben aber taxis,en la rodoviaria tomar un bus asta la BALSA...q te deja en ARRAIAL, y en cuanto te bajas de la balsa tomar el Bus a TRANCOSO!!! caxaiiii???? y dices q te bajas en la PARRILLA ARGENTINA, me copias??? igual me dices la ora de tu llegada y calculamos y te podemos estar esperando...ta?

aaaa yaaaa avisame si necesitas algo ya?....

te keremos !!! SEE U SOON!!!! beijos de piñacolada jajaja!!!!”

Los Brasileros son gente limpia de alma, alegre, fiesteros, llenos de esa gracia que a lo largo de mis años he aprendido a cultivar a punta de viajes, encuentros y destrezas familiares también. Quizás por eso varios de ellos pensaron que yo era su paisana.

El tránsito a Trancoso fue un nuevo guión. De Sao Paulo a Porto, del aeropuerto a la balsa. Literalmente una balsa que traslada personas, autos, camiones, maletas a la isla de Arraial D’Ajuda. De ahí, bus hasta el destino por una carretera curvilínea, angosta, rodeada de verde y selva replegada que de vez en cuando exhibía en sus costados bares playeros con litros de cerveza. Llegué a un pueblo turístico, tranquilo, con calles principales de adoquines y otras de tierra, rodeadas de buganvillas, hibiscos, casas de adobe y madera, posadas de colores. Con personas a pie o en bicicleta que siempre, siempre, buscan tu mirada para lanzarte con una sonrisa un “bom dia”, “boa tarde”, “boa noite”.

Bello Trancoso. Su playa Coqueiros es un lugar perfecto para aprovechar el mar con un oleaje diminuto, adornado con hombres y mujeres que, más que bellos, son atractivos por la vitalidad, el desparpajo y la falta de complejos con la que se mueven. Nunca, en mi vida, vi tanto hilo dental dibujado en 150 centímetros de cadera y de hot pans masculinos bajo tanto vientre abultado. Tampoco tanto bronceado y curvas perfectas en cuerpos de mujeres voluptuosas, pero delineadas a mano. Ni musculatura bien definida bajo y sobre los omóplatos color chocolate como la de los morenasos brasileros. Había de todo y todo, más allá de la forma, era hermoso, perfecto, totalmente armónico. Yo ante tal escenario de libertad anduve en bikini todo el tiempo, todo el día y fue muy difícil usar más ropa que la acostumbrada. Primero por el calor, segundo porque el poco pudor que tengo desapareció entre tanta naturalidad y tercero, porque a los pocos días de lidiar con tanto choque de feromonas y testosteronas descontroladas, me sentí tan exquisita y deseada que lo único que quería era exhibir mi asumida belleza y así jugar a ser parte del grupo. Tan expandida me sentí que reflejé ese estado en cada caminata por la arena al lado de la orilla del mar, dónde se mezclaban colores, olores a coco y piña, viento cálido y personas sacadas de catálogo y otras que eran el resultado de la feijoada, el açai y la cerveza.

Cada ciertos metros de arena aparecían las barracas libres con reposeras, quitasoles, esterillas y un bar nutrido de caipirinhas, agua de coco y “Skol: la cerveija pilsen”. También carros independientes con los mismos brebajes. Nada prohibido, todo natural, como habría señalado mi santa madre.

La celebración de Iemanjá y San Bras me pilló en el destino. Un rito cargado de sincretismo, rostros bahianos, canto, baile, tambores y alcohol. A Iemanjá le ofrecí mi culto a cambio de abrirme el camino al amor verdadero y profundo. Pensaba en Puran y en nuestra historia matizada de encuentros, separaciones, verdades, ángeles y demonios. Repasé los amantes de otros tiempos, las anécdotas, los sueños, el futuro ideado. Metí todo en un saco y lo amarré con flores rojas para que la diosa se lo llevara al mar.

A partir de entonces una claridad sobrecogedora tomó posesión de mí. Apareció la certeza de estar lista para comprometerme, dedicarme a cultivar el amor, formar pareja, familia y florecer en ese nuevo estado. Tantas veces culpé a un otro de abandonarme, de no quererme, de no entregarse, cuando en realidad siempre fui yo la que dudó de la naturaleza del amor y sus azares. Siempre fui yo la que boicoteé la decisión de avanzar acompañada. Y ahí estaba esta verdad develada, haciéndome responsable de mi destino. Para llegar a ella tuve que utilizar una cura de 14 días de viaje, 12 horas diarias de sueño, participación en fiestas tradicionales, varias cervezas, algunos porros, meditaciones frente al atlántico, zambullidas entre las olas y hasta una exquisita insinuación del dueño de una barraca de Coqueiros.

El italiano Andreas me descubrió el día que bajamos a la playa con la familia de Marina que fue también mi último día de vacaciones. Quedé sin ellos como a las cuatro de la tarde y a raíz de eso el sujeto apareció a mi lado diciendo “te quedaste, que bien” y supongo que mi sonrisa fue suficiente para que se instalara a mi lado.

Guapo él, un tanto curtido por los años, la experiencia y el autoexilio decidido de su tierra.

- No me mires así- fue lo segundo que dijo.

Y lo tercero:

- ¿Tienes novio?

No fue mi consciencia ni el miedo ni siquiera un estado de relación formal la que me hizo decir “sí”.

- Qué lástima y que suerte tiene él- fue su comentario que repitió unas dos veces durante la tarde .

Al coqueteo siguió la pregunta de si tenía algo que hacer en la noche y nuevamente, mentí.

- Voy a despedirme de mis amigos, haremos algo tranquilo en casa.

Después de todo eso, preguntó mi nombre

- Carolina- respondí tarareando la composición de Seu Jorge.

- Carolina…tan linda como la canción

Y yo sentía que esa seducción (honesta o versera, no me importaba en lo más mínimo) me encantaba, era lo que siempre había soñado como cortejo de verano. Un italiano vero, guapo, desenfadado, valiente, tratando de robarme un beso o llevarme a la cama con las maneras más embriagantes.

- Preparo un cebiche peruano muy rico ¿quieres que cocine uno?- insistía.

Pero aunque mi piel quería sucumbir, mi corazón gritaba Jaime, como le respondí era el nombre de mi novio cuando me preguntó.

Pasó un rato largo. Él iba, venía. Me regaló un mapa de la zona, me recriminó por “no querer nada de él”. Se acercaba, me observaba. Ubicaba su cuerpo cerca del mío, intentaba de a poco cruzar la línea de mi espacio privado. Tomaba mi mano, la apretaba. Volvía a su bar y regresaba de nuevo.

Se acercó cuando yo tarareaba una canción de Morcheeba que salía por los parlantes de su barraca.

- ¿Canto?

- Sí, canto- respondí

- No, canto es de qué lado

- ¿De que lado qué?- sonreí.

- ¿De qué lado quieres el beso?

Y ante el diálogo apareció la segunda revelación del viaje. La Carolina abierta al mundo y sin el corazón amarrado (sozinha, sozinha) lo habría besado rendida o al menos se habría entregado a la magia para llegar al clímax de la seducción. Pero el corazón como guardián alerta habló por mi, con el amor puesto en este Jaime, en este Puran / Jaime. “Mejor sin besos”, fue la frase con la que me retiré del juego.

Y ahí me dejó Andreas después de robarme con sus labios un pedazo de mejilla. Yo pensando que la estaba cagando, pero sintiendo que con este gesto, con esta huída coronaba mi petición a Iemanjá y mi corazón al señor de mis desvelos y promesas con nada de italiano, algo de vikingo y todo mi amor comprometido para él.

viernes, 28 de enero de 2011

Retorna viajera

Retomo el destino pendiente, me subo al avión y vuelvo al viaje.
Viajante yo de tantos tiempos y espacios. Viajes hacia cerca y hacia lejos. Viajes soñados e inesperados, metafóricos y literales. Viajes que me han hecho viajar más allá de mi propia frontera.
Retomo el destino pendiente para cruzar de nuevo el límite de mis acondicionamientos, miedos e historia. Para enterrar lo que no quiero ver florecer en primavera y regar lo que será buena cosecha.
Viajo para mirar con distancia un sueño romántico y sacar mis propias conclusiones. Sin programación social o neurolinguística, sin las opiniones de los amigos, sin la distorción de un chat, de un mail, de un mensaje telefónico, del ego.
Me voy para encontrarme en el campo de mi imaginario, entre caipirinhas, playa, forro, placer, tentación, para saber qué quiero construir, con quien, desde cuál lugar.

Bendita la adrenalina que sube en forma de mariposa desde la boca de mi estómago al corazón y me embriaga, pero no me atonta. Me hace soltar el control, pero no el estado de alerta.
Retorna mi yo viajera, pendiente de mi y del amor que me tengo y que quiero reflejar en un otro despierto y dispuesto. Me voy, nuevamente, me voy retornarndo para volver a mi en totalidad, una vez más.

martes, 18 de enero de 2011

Desbarrancados

Recorríamos la ruta Caldera- Copiapó en el Chevy Nova azul ochenteno de mi papá. Adelante mi hermano Pablo manejando, mi hermano Felipe de copiloto y yo al medio de ambos. Atrás, un sujeto no identificado.

El límite natural que divide el desierto del valle está muy definido en este camino. Línea recta con varias cuestas rodeadas de dunas que desaparecen tras alcanzar una de las cumbres dónde se inicia la cañada.

Conversábamos relajados aunque Pablo iba muy rápido, demasiado. Todo fue siempre conocido hasta que apareció de la nada por el costado derecho una casa grande ubicada justo en una curva pronunciada e inesperada. Pablo dobló con rapidez, pero íbamos con tanta velocidad que perdimos el control, atravesamos la barrera de contención y salimos volando hacia el valle. Supe que moríamos y en breves segundos pensé qué era lo último que quería decir antes que eso ocurriera. Tomé a cada uno de mis hermanos de un brazo y les dije “hermanos, los quiero”. Me fui a negro y desperté de un salto a las 6:48 a.m.

Es tercera vez que sueño mi muerte. La primera fue hace unos 7 años. Manejaba yo por una especie de cañón y de pronto aparecía observando mi automóvil desde fuera. Yo en altura veía desde muy lejos como este vehículo se caía también en un barranco, por pérdida de control y exceso de velocidad. En ese entonces creí que mi subconsciente estaba reclamándome un evidente descuido de mi cuerpo (el vehículo de mi ser espiritual). Lo tenía sometido a una serie de excesos nocivos que terminaron con mi guitarra atropellada, una borrachera tremenda con pérdida de consciencia para el matrimonio de unos amigos y un bicho agarrado a raíz de un encuentro sexual que, por suerte, no era viral.

La segunda vez fue a fines de mi año sabático en Argentina, es decir hace algo más de un año. El sentido era claramente el cierre de la etapa. Esta vez sin vehículo aparecía rodeada de mis papás y mi ex pololo que observaban como me desprendía de la experiencia humana. Yo consciente del fin, lloraba, sentía melancolía por lo que terminaba. Una curiosa dualidad entre la resignación y el apego.

La casa grande, el hogar que aparece en mi sueño reciente, la curva inesperada que nos hace cambiar el curso y la manera de conducir de mi hermano, me hablan abiertamente de la muy posible llegada de mis padres a Santiago. El cambio de realidad que ello conlleva, la vida que se acomodará de una forma distinta, el espacio que ya emerge para armar nuevas rutinas, límites en las relaciones y convivencias.

En todo este juego mi hermano Pablo llevándonos al extremo. O más bien la parte de mí que lo absorbe como el que toma el volante de la situación y nos conduce bajo sus reglas, sus ritmos, sus ganas.

Mi inconsciente está alerta. Habla fuerte y claro para que yo esté atenta al cambio. Un cambio inminente que aunque no nos desbarranque traumáticamente, nos llevará inevitablemente a la muerte para desde ahí renacer con otras formas, otras consciencias, otras pieles, otros seres, como una nueva familia.

martes, 11 de enero de 2011

Que otro decida por mi

Mi vida es un guión perfecto. Protagonistas y antagonistas, situaciones que me jaquean (con j de jaque mate no de hacker), idas y venidas, encuentros y desencuentros, tormentos con pinta de drama psicológico.
Estoy cansada de resolverme. Quisiera ser la favorecida de un rescate, sumergirme en el sueño épico del héroe. Quedar suspendida entre el cielo y la tierra, liviana y sostenida por un otro que me salve de todos mis sentidos.
Estoy en franca rebeldía. No quiero hacerme cargo de mi desamor y de las enfermedades que ello provoca. No quiero decidir parar, no quiero decidir seguir. No quiero decidir nada relativo al todo o nada. Que otro decida por mi y un tercero venga a rescatarme, porque ya no quiero esta consciencia trabajada taladreando mi cabeza y corazón como Pepe, el grillo.
El rescate hacia mi misma está viciado. Agoté las palabras, los discursos y las voluntades. Requiero hoy un héroe alado que me devuelva la fe.