Partir en cuerpo y alma partir. Partir deshacerse de las miradas piedras opresoras que duermen en la garganta. He de partir no más inercia bajo el sol no más sangre anonadada no más fila para morir. He de partir Pero arremete ¡viajera! (A. Pizarnik)
miércoles, 29 de agosto de 2012
Sueño que vuelo
Seguido sueño que vuelo. Al día siguiente ando con la sensación pegada al cuerpo. Tanto, que cuando camino siento que si llegara a flectar las rodillas y a abrir los brazos podría perfectamente elevarme en pose de mascarón de proa.
jueves, 12 de julio de 2012
El círculo
Una de mis grandes amigas se está separando. En enero, tres de las cuatro que conformamos ese círculo de mujeres celebrábamos la apuesta de iniciar vida en pareja. Nos embarcamos en el nuevo viaje llenas de miedo, pero con ganas. A la Paz se le quitaron las ganas a la semana de convivencia. Se dio una oportunidad, pero la relación no despegó nunca en estos seis meses.
La miro, nos miro, y me pregunto si es posible obtener cifras azules en el emprendimiento amoroso cuando nos hemos comprometido con más años que la media. No es por ser vieja, sino por mañosa que a veces con los 35 a cuestas se hace más difícil empatizar con el otro, ceder espacios, negociar el lado de la cama o las salidas nocturnas; no sentirse aludida por comentarios odiosos. Por mañosas y hormonales porque si hay algo que nos define en esencia es la condición emocional, que de vez en cuando nos vuelve insoportables incluso para los compañeros de trabajo. Que levante la mano la que con algo más de 10 años de vida laboral no ha llorado ni una sola vez con un jefe, un colaborador, un xx que irrite nuestra voluble sensibilidad. Ahora pregúntele a un hombre...
Mientras más años, más mañosas, más hormonales, más complejas, más difíciles de sucumbir al influjo de la vida marital que sí o sí genera restricciones, renuncias, abstinencias y desganos. Es realmente un dilema, en el sentido más griego de la tragedia porque a nosotras, mujeres libres e independientes, nos sitúa en la encrucijada de ceder, compartirse y comprometerse en una vida de a dos, o abandonar la idea de un compañero estable a cambio de mantener la libertad. Desde la libertad de vincularse (o no) con quien uno quiera, hasta de pasar un fin de semana en pijama sin bañarse.
Está triste la Paz. Deshecha, más bien es la palabra y sus amigas sufrimos con ella la pérdida, que no es la pérdida de un hombre (o no sólo eso). Es el proyecto roto, la sensación de haber vuelto a foja cero, de retroceder, de dejar que el peso de la historia sea más determinante que un futuro posible.
Entonces, nos reunimos. Organizamos salida de chicas, no en casa, sino en un bar. Sin horarios, sin presiones de ningún tipo, sin restricción de comentarios o gestos. Nos reunimos como antes en el círculo que nos recuerda que aún somos mujeres vivas, que nos conecta con todos nuestros aspectos femeninos, la emotividad, la coquetería, los zapatos o el accesorio de moda, el cariño, la sensibilidad, lo receptivo, el comentario frívolo, la reflexión profunda. Las ganas de seguir siendo minas ricas, valientes y emancipadas que nos ayuden a seguir adelante y, como en tantas otras épocas, volver a empezar.
La miro, nos miro, y me pregunto si es posible obtener cifras azules en el emprendimiento amoroso cuando nos hemos comprometido con más años que la media. No es por ser vieja, sino por mañosa que a veces con los 35 a cuestas se hace más difícil empatizar con el otro, ceder espacios, negociar el lado de la cama o las salidas nocturnas; no sentirse aludida por comentarios odiosos. Por mañosas y hormonales porque si hay algo que nos define en esencia es la condición emocional, que de vez en cuando nos vuelve insoportables incluso para los compañeros de trabajo. Que levante la mano la que con algo más de 10 años de vida laboral no ha llorado ni una sola vez con un jefe, un colaborador, un xx que irrite nuestra voluble sensibilidad. Ahora pregúntele a un hombre...
Mientras más años, más mañosas, más hormonales, más complejas, más difíciles de sucumbir al influjo de la vida marital que sí o sí genera restricciones, renuncias, abstinencias y desganos. Es realmente un dilema, en el sentido más griego de la tragedia porque a nosotras, mujeres libres e independientes, nos sitúa en la encrucijada de ceder, compartirse y comprometerse en una vida de a dos, o abandonar la idea de un compañero estable a cambio de mantener la libertad. Desde la libertad de vincularse (o no) con quien uno quiera, hasta de pasar un fin de semana en pijama sin bañarse.
Está triste la Paz. Deshecha, más bien es la palabra y sus amigas sufrimos con ella la pérdida, que no es la pérdida de un hombre (o no sólo eso). Es el proyecto roto, la sensación de haber vuelto a foja cero, de retroceder, de dejar que el peso de la historia sea más determinante que un futuro posible.
Entonces, nos reunimos. Organizamos salida de chicas, no en casa, sino en un bar. Sin horarios, sin presiones de ningún tipo, sin restricción de comentarios o gestos. Nos reunimos como antes en el círculo que nos recuerda que aún somos mujeres vivas, que nos conecta con todos nuestros aspectos femeninos, la emotividad, la coquetería, los zapatos o el accesorio de moda, el cariño, la sensibilidad, lo receptivo, el comentario frívolo, la reflexión profunda. Las ganas de seguir siendo minas ricas, valientes y emancipadas que nos ayuden a seguir adelante y, como en tantas otras épocas, volver a empezar.
miércoles, 13 de junio de 2012
Días de lluvia
La lluvia se instaló en Santiago. Me gusta ver cómo varios paraguas de colores quiebran el gris del día. Es una imagen reciente en mi historia. De chica nunca tuve ni usé un paraguas, porque en Tierra del Fuego y Punta Arenas no sirven de nada.
Recuerdo que un día de típica lluvia magallánica, cerca de los 12 años, salí de clases y en la mitad del camino un auto pasó por al lado y salpicó toda el agua que pudo desde una poza abultada en la esquina de calle Bulnes. La sensación es de haber quedado empapada. Mojado el escolar abrigo azul de lanilla, mojados los calcetines, zapatos y hasta los calzones. Llegué llorando a la casa, creo que por impotencia, por frío y porque sentía que mis papás eran unos desconsiderados al dejarme sola ante las inclemencias del clima. Sí, era bien regalona yo.
El segundo recuerdo es de Cheltenham. Al terminar mi turno en el National Star Center cerca de la media noche, comencé a cruzar el el terreno del instituto desde la acomodación dónde trabajaba hasta chapel flat, dónde vivía. La lluvia abundante caía en diagonal sobre el césped y yo caminaba bien enfundada en la parca negra tipo michelini, comprada en los chinos del pueblo. "Quien me manda a Inglaterra a cuidar adolescentes especiales en invierno", me criticaba. Pero al rato llegaba a casa y encontraba en la cocina a Fer o Marisa, a Juman y Manu, alrededor de un vino, comiendo pastas, escuchando a Silvio o a los Stone Temple Pilots. Fumando tabaco. Aún extraño el tabaco en los días de lluvia. Aún tengo ganas de tabaco en días de lluvia.
Y el tercer recuerdo es, precisamente, de un cigarrillo encendido al lado de la estufa de la cocina del Hostel Córdoba que estaba muy bien instalada en la azotea del edificio. El cigarro, el computador en la mesa, el mate o el café con leche y las amplias ventanas que dejaban ver como el cielo de Buenos Aires se caía a goterones sobre la ciudad. Esas lluvias sí las disfruté, aunque a veces duraban muchos días y al cabo de un tiempo terminaban por aburrirme
Hoy, es bonito ver como los paraguas de colores quiebran el gris del día.
Recuerdo que un día de típica lluvia magallánica, cerca de los 12 años, salí de clases y en la mitad del camino un auto pasó por al lado y salpicó toda el agua que pudo desde una poza abultada en la esquina de calle Bulnes. La sensación es de haber quedado empapada. Mojado el escolar abrigo azul de lanilla, mojados los calcetines, zapatos y hasta los calzones. Llegué llorando a la casa, creo que por impotencia, por frío y porque sentía que mis papás eran unos desconsiderados al dejarme sola ante las inclemencias del clima. Sí, era bien regalona yo.
El segundo recuerdo es de Cheltenham. Al terminar mi turno en el National Star Center cerca de la media noche, comencé a cruzar el el terreno del instituto desde la acomodación dónde trabajaba hasta chapel flat, dónde vivía. La lluvia abundante caía en diagonal sobre el césped y yo caminaba bien enfundada en la parca negra tipo michelini, comprada en los chinos del pueblo. "Quien me manda a Inglaterra a cuidar adolescentes especiales en invierno", me criticaba. Pero al rato llegaba a casa y encontraba en la cocina a Fer o Marisa, a Juman y Manu, alrededor de un vino, comiendo pastas, escuchando a Silvio o a los Stone Temple Pilots. Fumando tabaco. Aún extraño el tabaco en los días de lluvia. Aún tengo ganas de tabaco en días de lluvia.
Y el tercer recuerdo es, precisamente, de un cigarrillo encendido al lado de la estufa de la cocina del Hostel Córdoba que estaba muy bien instalada en la azotea del edificio. El cigarro, el computador en la mesa, el mate o el café con leche y las amplias ventanas que dejaban ver como el cielo de Buenos Aires se caía a goterones sobre la ciudad. Esas lluvias sí las disfruté, aunque a veces duraban muchos días y al cabo de un tiempo terminaban por aburrirme
Hoy, es bonito ver como los paraguas de colores quiebran el gris del día.
miércoles, 16 de mayo de 2012
Turistas de la pobreza
Hace pocos días llegó a mis manos un inusual correo
electrónico de una empresa dedicada a hacer turismo filantrópico. Un concepto
que promueve programas dónde los turistas comparten una jornada con personas
que viven en situación de calle o en condiciones de extrema pobreza. Querían
que la organización en la que participo y que reparte comida en sectores
marginados de Santiago fuera el enlace
para acceder a esta “realidad”, participar en las salidas y convertirlas en uno
de sus programas para los turistas.
Lo leí, no lo creí. Lo leí de nuevo y pensé que era un mal
entendido. Abrí el archivo adjunto dónde se describían los programas como
“cariño a los indigentes” o “regala una casa”. No era broma. Al instante entró
un segundo y luego un tercer correo de dos directivos de la organización. Estaba
claro, no aceptaríamos el ofrecimiento.
Mi primer borrador de respuesta fue harto más demoledor y
agresivo que el correo final. Tuve que reescribirlo un par de veces para llegar
a un no categórico, pero respetuoso. Calmar mi temperamento, bajar las
revoluciones, inhalar y exhalar 10 tiempos varias veces al día, para llegar a
un resultado adecuado en el que simplemente se informaba que este tipo de
iniciativas no coincidía con las políticas de nuestro colectivo y que no éramos
nosotros (pues no teníamos la atribución, derecho ni facultad) sino la propia
gente que habita en la calle, la que decide con quienes vincularse y a quien
recibir en su territorio. De cualquier forma, la empresa no entendió nuestros
argumentos y lamentaron (molestos) que no valoráramos su oferta, pues detrás de
su noble iniciativa nuestra agrupación podía beneficiarse.
Si mi primera reacción fue ira, la segunda- después de todo
el intercambio de correos- fue pena. Quiero creer que este tipo de
emprendedores son, en principio, personas bien intencionadas, que de verdad ven
en este negocio una oportunidad de sensibilización social y, de paso, una
fórmula conveniente para apoyar con recursos (siempre escasos) a entidades que
realizan servicio en la calle.
Desde la vereda contraria, esa convicción no solo no es
compartida sino que ante todo, resulta una ofensa. Quienes realizamos servicio
constante, con la periodicidad que permitan nuestras actividades formales, pero
con el compromiso absoluto de servir al otro sin buscar en ello una recompensa
(sea recibir dinero, expiar culpas, ganarse el cielo o sentirse mejor persona)
difícilmente podemos entender la lógica de consumo detrás de estas
transacciones. Difícilmente podemos integrar, sin sentir luego una incomodidad
en la cavidad torácica, que el lucro es un medio para lograr nuestro objetivo
primordial de llevar cada semana, a como dé lugar, un plato de comida caliente a otros seres
humanos. No es una postura romántica teñida de idealismos. Es simplemente ser
consecuente con quienes somos, porque aceptar una transacción de este tipo es
ir contra todo lo que hemos difundido y entregado en casi 9 años, cuando había
menos dinero, menos voluntarios, menos confianza de la gente de la calle hacia
nosotros, menos vínculos, menos compromiso. ¿Cómo podríamos llegar nuevamente cada noche y
decir a quienes nos reciben “Dios, el ser supremo, el Universo, el gurú, la
energía cósmica (o quien sea la imagen divina que nos inspire), nos apaña”,
sabiendo que nuestras salidas nocturnas se han transformado en turismo de la
pobreza, dónde la principal atracción son personas dignas, pero vulnerables que
han decidido por voluntad propia abrirnos un espacio no sólo en las calles
húmedas y malolientes del Santiago que no vemos, sino también en su corazón?.
No es un tema de principios, tampoco un enjuiciamiento de
intenciones. Es observar que no siempre el objeto es el punto de conflicto,
sino más bien la forma de abordarlo. La vereda en la que uno se ubique, finalmente
es derecho y decisión de cada quien.
lunes, 14 de mayo de 2012
De vuelta
Una casa perfecta, un proyecto de familia, un compañero buscado, conseguido y conquistado. Una idea bien terrenal, pero igual de mágica de lo que es vivir en pareja. La decisión de amar, ser fiel, armar panoramas de a dos, en vez de organizar arrancadas individuales a otras capitales o pueblitos perdidos en el norte. La vida constante y estable, tranquila, sin grandes intensidades. No hay periodos eternos de soledad en los que quieres morirte porque NAAAADIE te quiere. Tampoco el vértigo que provocan los periodos de buena racha, cuando la cacería es certera, fecunda y el coqueteo llega más lejos que a la pura insinuación.
Todo lo esperado y anhelado versus las ganas "irreseteables" y amenazantes, cada tanto, de seguir viviendo en total libertad.
La ilusoria idea de que todo tiempo pasado fue mejor es pendeja, pero creíble. La pulsión de la huida me inquieta. Es como tener ganas de hacer, cada tanto, un paréntesis en la nueva vida ordenada y purificada. Volver a la juerga, al vicio, a las salidas nocturnas. El dejar todo y largarse de ciudad, de acompañante, de trabajo, de orden establecido. Dejar todo y largarse a diario. Noche tras noche.
Cambiar el abrazo, solo de vez en cuando, que te contiene y te calma por el esquivo y vacío abrazo pasajero.Cambiar sólo por instantes la certidumbre de saber quien te amará mañana con tales caricias, con ciertas palabras, por la duda de si tendrás un beso al final del día. Cambiar lo que siempre soñaste, por lo que ya no tienes. Que estúpida es mi humanidad.
Todo lo esperado y anhelado versus las ganas "irreseteables" y amenazantes, cada tanto, de seguir viviendo en total libertad.
La ilusoria idea de que todo tiempo pasado fue mejor es pendeja, pero creíble. La pulsión de la huida me inquieta. Es como tener ganas de hacer, cada tanto, un paréntesis en la nueva vida ordenada y purificada. Volver a la juerga, al vicio, a las salidas nocturnas. El dejar todo y largarse de ciudad, de acompañante, de trabajo, de orden establecido. Dejar todo y largarse a diario. Noche tras noche.
Cambiar el abrazo, solo de vez en cuando, que te contiene y te calma por el esquivo y vacío abrazo pasajero.Cambiar sólo por instantes la certidumbre de saber quien te amará mañana con tales caricias, con ciertas palabras, por la duda de si tendrás un beso al final del día. Cambiar lo que siempre soñaste, por lo que ya no tienes. Que estúpida es mi humanidad.
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