lunes, 19 de diciembre de 2016

Feliz primer año de vida

A la 1 de la tarde comencé a sentir fuertes contracciones, pero tal como lo había hecho en días anteriores y por expresa recomendación de la Pame, me hice la loca. Para ayudarme me propuse terminar de tejer los gorros de algodón que regalaría a Puran para navidad. Algo me decía que si no me dedicaba a eso aquella tarde, quedarían abandonados en el camino.
Tejí y tejí recostada en el sillón del living hasta las 7. Puran llegó una hora después y salimos a caminar por el barrio. Entonces no lo sabía, pero yo ya había iniciado el viaje. De hecho, ahora que me observo en retrospectiva, iba caminando como drogada, deteniéndome cada tanto para darle espacio a las contracciones que se asomaban. Todavía siento el olor a noche, verano y humedad de los antejardines y arbolitos recién regados. Estaba cansada. Me dolía, pero me hacía la loca, la loca, mateamente la loca. 
Al regresar a casa decidí acostarme. Seguía incómoda. Creí que habían pasado solo minutos cuando sentí líquido saliendo desde mi vagina. En realidad fueron dos horas entre que me tendí en la cama y se fisuró la bolsa. Ya eran las 12:30 de la madrugada del 19 de diciembre del 2015. Me levanté y le dije a Puran que Laura llegaría esa noche. Como una gata empecé a buscar un lugar. Mi compañero sabio y también mateo, bajó las luces, puso calor para tener el depa a 26 grados y comenzó a emplasticar el dormitorio y living. Intuitivamente tomé mi mat de yoga y lo puse a un costado de la cama. Y seguía felinamente buscando un sitio. Me senté sobre la pelota y comencé a mover la pelvis. Espontáneamente salieron de mi vocalizaciones de "Oooms" alargados y otros sonidos que mi cuerpo sabía ayudarían a soltar las caderas y a entrar en el transe. Del living al dormitorio, del dormitorio al baño. Puran preparó una tina justo cuando la frecuencia de las contracciones era cada cinco minutos. Al día siguiente él me dijo que no sabía si mi estado era de dolor o de placer porque mi expresión más bien mostraba lo segundo. Y es que las endorfinas que producía mi cuerpo cuando la contracción menguaba eran tales, que sí, sentía placer. Breve, pero había.
Cuando la tina ya no sirvió para amainar el dolor, quise salir y pregunté por Pame y la Yenni. Necesitaba que ambas estuvieran ahí conteniendo mi viaje con sus presencias luminosas y energías femeninas. Eran mis referentes de seguridad. Primero llegó Yenni y entonces sentí que estaba protegida por una gran guardiana y solté las velas. Navegué sin restricción, fui acogiendo y soltando el dolor entre respiraciones y gemidos.
Al rato, me fui al dormitorio y me senté al borde de la cama. Yenni me preguntó si quería un tacto. Habíamos acordado previamente que no, pero ella se dio cuenta que yo había llegado al fin de mi dilatación y entonces lo propuso. Accedí, ¡tal era mi confianza! Eran las 6 de la mañana y mi cuello estaba totalmente borrado.
Solo faltaba el expulsivo y Laura estaría en mis brazos. Pero para mi esta última etapa fue larga y extenuante. Mi cuerpo comenzó a pujar sin que pudiera yo intervenir el movimiento. Solo ocurría; toda yo desde el núcleo del corazón yendo con mi pubis hacia abajo, como si una energía sobrenatural me jalara desde mi centro hacia las profundidades de la Tierra.
Estaba poseída, era una animal, pero uno de poder. Me contorneaba y gritaba mientras Puran con piernas y brazos firmes me contenía. De pronto Yenni propuso que me pusiera de cuclillas. Lo hice. Pujaba y pujaba, mi compañero me ayudaba sosteniéndome desde las axilas, pero no avanzaba. Hasta que Pame con esa mirada firme, sabia y amable me dijo "suelta Caro, suelta".
Y al rato sentí como mi vagina se quemaba producto de la coronación de mi Laura. El único dolor físico que recuerdo hasta hoy es ese. Eran las 7:42 de la mañana de ese sábado. Tres pujos después de esto y en cosa de segundos sentí como mi hija comenzaba a deslizarse por el canal de parto, yo en cuclillas sobre el mat de yoga, Puran sosteniéndome. Yenni protegiendo la salida me preguntó "¿quieres recibirla?" y a puro instinto bajé mis brazos, tomé a mi cachorra y la llevé a mi pecho mientras ella lloraba y se movía con fuerza, como diciéndome "estoy viva mamá, ya llegué".
Ella completa, aún conectada a la placenta, refugiada en mi seno, comenzó a calmarse y al poco rato buscó mi pecho y mamó por primera vez. Desde entonces ha dormido pegada a mi durante 365 días, en la cama donde nació, en el dormitorio que fue su único hábitat por sus primeros 40 días, al lado de dos seres humanos que la aman con locura desde que supimos que venía al mundo. 
Eres todo para nosotros hija. Podría hoy dedicarte muchas canciones o frases célebres que ilustren tu presencia en nuestras vidas o las bendiciones que deseamos para la tuya, pero mejor te las canto y bailamos juntas, como solemos hacerlo cada mañana, entre risas y ojos brillantes, llenos de amor, ilusión y ganas de vivir. Te amo Laura Suyai, ¡esperanza nuestra! Feliz primer año de vida.

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