lunes, 8 de noviembre de 2010

Conjuros

De todas las canciones que he escrito algunas de ellas se han transformado en conjuros. Para bien o para mal las intenciones puestas en las letras se cumplieron con los años, curiosamente cuando yo ya no recordaba ni la pena, ni el responsable de ella, ni el tiempo que demoré en sanarlas.

Si Silvio fue capaz de deshacer un hechizo vudú en su contra con su "Abracadabra", mi sortilegio hizo lo suyo regresando a mi vida una disculpa que ya no esperaba de un sujeto que antes, mucho antes, fragmentó mi corazón, mi esencia toda.

Claudio, de quien decidí no reconocer la importancia que tuvo tras nuestra separación, fue mi novio en la época universitaria. Un tipo inseguro que se defendía del mundo humillando a quien lo desestabilizara. Yo por supuesto era su blanco favorito porque en esa época no veía en mi misma la simple grandeza de mi humanidad. No me conocía en lo absoluto.

Él tenía un humor increíblemente desagradable, humor que le hizo ganar la repulsión de mis amigos y hermanos.

Después de cuatro años de relación tormentosa, terminamos en el café del biógrafo, aquel ubicado sobre el cine de Lastarria, que desapareció con los años. Durante mucho tiempo tuve bloqueado el episodio, pero estos días luego de recibir su inesperado llamado telefónico, busqué en mis archivos y ahí estaba él, molesto, aportillando mi decisión, cuestionándola, advirtiéndome que me arrepentiría con sus ojos verdes desorbitados y el cuello rojo de furia. Se equivocó. Hasta el día de hoy siento que fue la mejor decisión que pude haber tomado no porque sea un mal hombre (o quizás sí, no sé, no me importa) sino porque somos distintos, tanto que habríamos sido ambos tremendamente infelices.

A las dos semanas de nuestra separación me buscó con flores y chocolates. Incluso llegó un día a la casa de mis abuelos, lloró, prometió. Al mes de eso volvió con su novia de antes, de quien siempre estuvo enamorado, creo. Se casaron mientras yo vivía (refugiada) en Inglaterra.

De vuelta en Chile y con dos nuevas relaciones a cuestas, lo divisé una tarde a dos cuadras de mi casa en el balcón de un preuniversitario dónde solía hacer clases. Al descubrirlo me puse mal, muy mal, me angustié de solo pensar que podía cruzarse en mi camino. No porque lo amara o extrañara, sino porque verlo me recordaba todo lo que había trasngredido de mí en su nombre. Pese a la cercanía de nuestros espacios, nunca nos encontramos en la calle. En este caso el universo siempre estuvo de mi parte.

No supe más de él hasta que hace un tiempo me agregó como “amiga” de facebook. No hablamos nunca, pero hace dos semanas establecimos una curiosa dinámica por chat. Fueron tres los intercambios suficientes para impulsarme a eliminarlo de mi selecto grupo de contactos. Luego de 10 años seguía incomodándome su humor y comprobaba que nuestras diferencias no eran sólo de forma sino también de fondo. Había un gran abismo.

Como desaparecí de la red social decidió escribirme al correo electrónico, preguntándome qué me había pasado. De manera muy diplomática, pero categórica, le dije que me había molestado su tonito durante nuestra última conversa y que por ser totalmente distintos no me interesaba mantener contacto. Primero, mandó una disculpa escrita y luego tomó prestado de la página web de mi trabajo mi teléfono directo y me llamó. Repitió sus disculpas por el último episodio y agregó que no había sido su intención incomodarme. Yo tomé el gesto como una reivindicación histórica, una disculpa por esto y lo pasado, por los años en los que me sentí menos que querida, abandonada, menospreciada y que a la larga se convirtieron en años que a él lo transformaron, pues “tú y tu familia me marcaron”, dijo al despedirse.

Al colgar no pude evitar pensar en la última canción que le dediqué hace más de 11 años, una que quizás lo sentenció a recordarme (nos) para siempre porque arrogantemente en ese entonces, entre medio del duelo, pensé que nadie podría quererlo como yo lo hice.

“Y antes que tu libro vuelva a relatar, el siguiente es el sortilegio que voy a jurar: no tendrás dos vidas que se mueran por ti, no tendrás dos muertes que lleguen para vivir”

No sé si su llamada responde o no a este conjuro oculto, pero lo que sí veo es que no es el primero que vuelve reconociendo las huellas que de mi quedaron. Y yo a estas alturas, no quisiera que ningún mal amor regrese a perturbarme pese a lo decretado en antiguas canciones, porque los conjuros que hoy canto son para que el verdadero amor ya luego aparezca.

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