martes, 19 de octubre de 2010

Cuando las ranas llueven

Algunas teorías científicas señalan que si ocurre un tornado en la región “X”, la fuerza de los vientos puede lograr que animales (como peces, ranas o sapos) se eleven y luego de un tiempo caigan en forma de lluvia en la región “Y”. Por suerte no son vacas…o ballenas.

La cosa es que en el último tiempo me ha tocado ver como las ranas fantasmas de mi vida han ido cayendo a mí alrededor, principalmente por el torbellino “los 33”.

La presencia mediática de mi papá en los últimos meses por el asunto de la Mina San José generó una serie de posteos por facebook y mensajes electrónicos de ex novios conmovidos por los hechos (no dudaré de sus intenciones pues, además de ser irrelevantes en términos literarios, no me interesan).

En paralelo a estas absurdas apariciones, ha ocurrido una seguidilla de encuentros esporádicos con ranas a, b, y c en la calle, en los bares, en la academia de yoga, en el barrio, en la ruta de mi bicicleta.

Lo más desquiciado es que precisamente ayer una compañera del instructorado de Hatha comentaba la cantidad de gente del pasado que estaba llegando de alguna manera a su presente en estos días. Llamadas por teléfono, mensajes, encuentros “casuales” en las veredas. Pensé, le dije, que me pasaba lo mismo. Que el sábado anterior me había encontrado con 3 personas distintas en 3 sectores diferentes de Santiago, que los correos electrónicos “sorpresa” ya ni siquiera me sorprendían y que de pronto la ciudad se había vuelto para mí un pueblo chico, muy chico, dónde me tropezaba a cada rato con diversos sujetos y sujetas que no veía hace tiempo. Meses. Años incluso.

Pero la capacidad de asombro siempre puede más. Hoy tuve una reunión temprano en una oficina de diseño, cerca de la ciclovía de Pedro de Valdivia. De lunes a viernes paso por ahí cerca de las 8:20, pero hoy lo hice a las 9:40. Crucé una de las calles y ahí estaba, a menos de un metro de distancia y muy sonriente, una de las ranas que ha inquietado más de alguna vez mis hormonas.

El sujeto data de hace casi una década, amigo de mi hermano, guapito, talentoso y absolutamente ajeno a mi. Recuerdo que la primera sincronía en tiempo y espacio fue en una época atormentada de mi vida, a causa de mi quiebre con el francés. Yo salía del trabajo un día sábado y sin ninguna razón de peso decidí salirme del metro para tomar la micro. Subí de la estación y antes que me diera cuenta quedamos frente a frente a la salida de la Estación Central. Él iba camino a su terruño, en el campo. Pocos días después lo visualicé en un paradero de plaza Italia.

Nunca me permitió cruzar la línea, pese a que para mí nuestros coincidentes encuentros en la calle eran “señal” de una conexión particular y mágica. Tonta, muy tonta yo, dejarme llevar por esta absurda y empecinada idea. Incluso a riesgo de morir de la vergüenza, hace dos años lo invité a salir, tras un tercer tropiezo involuntario. Su respuesta fue un desaire diplomático que lejos de matarme, me llenó de un extraño sentimiento de coraje y gallardía. “Al menos me atreví a dármelas de macha”, pensé.

Luego mi sabático, mi vida en Argentina y el olvido efectivo que genera el tiempo con las historias insustanciales. Hasta que a principio de año, por temas de trabajo me tocó tomar un vuelo desde Copiapó a Antofagasta. Subí por la puerta trasera, avancé hacia mi asiento y entre medio identifiqué su voz. Estaba junto a una chica dos hileras tras de mi, en el ala contraria. Mientras ubicaba mi bolso de mano, calló, seguramente pensando que así pasaría desapercibido y se evitaría la incomodidad de saludarme. Luego de voltear la mirada hacia él, inventarme sorprendida y extenderle un “hola loquillo, tanto tiempo ¿en qué andas?”respondió que venía de Santiago y que iba a Antofa a grabar algunas imágenes. Declaro que sucumbí nuevamente a la tentación de pasarme mil explicaciones místicas por la cabeza. No sólo porque el episodio (más cinematográfico que los anteriores) se sumaba a la lista de encuentros, sino porque nuevamente el denominador común era que aparecía en un período crucial de mi existencia, marcado por una mente enredada y un corazón dolido por (des) amores. Fue tanto el impacto que al bajar en el aeropuerto, luego de despedirme, me devolví para decirle “¿sabes?, siempre apareces cuando atravieso momentos y cambios intensos en mi vida”. ¡Pobre!, sólo pudo sonreír, porque ¿Cómo devuelves algo así?.

Y hoy, nuevamente, la ecuación se repitió con los mismos elementos. Duelo sentimental y enredo cerebral. Por supuesto, la conversación giró en torno a los mineros y el respectivo trabajo de mi viejo. Fueron pocos minutos en los que descueramos a los medios de comunicación y alabamos la actitud y aprendizaje de mi padre. Brevísimos instantes en los que yo, ahora sí impresionada, constataba como el tornado 33 seguía haciendo estragos en mi vida, dejando caer a mi alrededor una lluvia intensa de ranas, ranas y más ranas.

2 comentarios:

  1. Lo de ranas me entró en razón ayer después de la conversa. Recordé que en dos semanas, no he visto otros amores -pues no lo tengo-, pero sí a grandes amigos del pasado. Y los tres de regiones, acá en Santiago mismo, y sin ser época de vacaciones. Raro. Quizás hay algo ahí. Con respecto a tus ranas, qué quieres que te diga, sin duda estas marcada, no sé si como misión de que te necesiten..como amiga, apoyo, algo más. Tanta señal merece respuestas.

    Abrazo

    Planetarioboy

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