miércoles, 22 de julio de 2009

Cambio de piel

Una de las bendiciones inherentes del viaje es el viaje interno. La condición de abrir la consciencia, de sentir la experiencia del día a día desde la intuición, la sorpresa.
Limpiando los documentos de mi computador, me encontré con cartas no enviadas al que fue mi amor- y también el dolor- más determinante de mi vida (si es que a caso cabe el calificativo). Varios textos escritos en un período de un año, por el que transité desde la desilusión a la ira, de la pena a la psicosis, del dolor que me postró en cama a un entendimiento real del desenlace. Un registro que muestra el lado oscuro y débil que he tratado de superar en esta carrera de treina y algos años, sin lograr- por cierto- tal resultado. Lo particular es que la relectura no fue desde la melancolía, mucho menos de la añoranza de un encuentro, sino más bien de un profundo agradecimiento a la contraparte y hacia la historia que incluso, dos años después, sigue despertando conclusiones en mi, aprendizajes.

En las cartas, cada palabra iba dirigida a un claro destinatario. Sin embargo, lo dicho podría haber sido para cualquiera de los hombres que me han acompañado desde los 16 años. La revelación expuso mi necesidad infinita de encajar en el otro valores, ideales y visiones compartidas que terminan siendo, en realidad, una proyección de mi misma.

En verdad creo que hasta ahora he estado más enamorada del amor y de la idea que de un compañero y frente a ello, estoy dispuesta a la reinvención. A honrar desde un estado de no mente este generoso cambio de piel en el que me he visto envuelta en los últimos tres meses.

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