domingo, 5 de julio de 2009

Quietud



La residencial está vacía desde hoy. Muchos de los estudiantes que aquí viven, la mayoría brasileños, retornó a casa a raíz de la suspención de clases.
Es una extraña quietud esto del silencio. Cuando están todos circulando por los pasillos, jugando en la mesa de pool cercana a mi dormitorio, repletando la cocina con olor a carne, porotos negros y arroz, el silencio se vuelve una necesidad. Y ahora parece ser más bien un vacío profundo.
Los espacios se hacen anchos y el tiempo más largo.
Así es la ausencia de palabras y quizás por ello lo inexplicable siempre resulta en mutismo. El lenguaje se hace pequeño, insuficiente para transmitir lo más íntimo que es también lo más real.
Hace un rato siento que estoy teniendo un cambio de piel, cual serpiente. Una experiencia espiritual, si se quiere, que me lleva a retrotraerme no sólo de las personas, también de mis ideas. Estoy cansada de pensar y mientras más siento, menos opera mi cabeza.
Me rendí hace un tiempo ante la vida. Ella es mucho más sabia y sabe perfectamente dónde llevarme. Lo bello es que en el silencio, superada la sensación de vacío o soledad, su voz adquiere fuerza. No puedo evitar escucharla, seguirla y ejercer en ella mi destino.
A casi tres meses de haber emigrado de Santiago hago el primer balance de esta aventura. Cada hecho, cada obstáculo, cada pequeña meta lograda es el fiel reflejo de una imagen dibujada en mi corazón desde que tengo memoria.

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