viernes, 4 de septiembre de 2009

Cultura

El domingo, cerca de las 11:30 de la mañana con Dani tomamos el tren a La Plata. Vagones antiguos, con asientos metálicos descuidados, familias con padres jóvenes y una pila de niños. Hombres y mujeres que viven en pueblitos/ ciudades de la Provincia, menos estresantes que Capital Federal, más desprovistas del desarrollo, del crecimiento económico, de la imagen, de los consumos. Menos porteñas.


Partió el tren, saqué la cámara y la volví a meter en mi mochila rápidamente luego que una especie de vigilante (no era el cortador de boletos) me advirtiera "guárdela mejor". Ahí comprendí que estábamos en otro escenario, muy distinto al de los últimos cinco meses. A medida que avanzábamos el panorama cambiaba, se volvía más rural y también más precario.
Desde mi perspectiva de burguesa ilustrada veía la situación como una gran experiencia, un tren popular que mostraba lo más escencial de la cultura argentina, el verdadero país, el que crece sin las luces de calle Corrientes, los grandes teatros, las carteleras de espectáculos o las manifestaciones periódicas en Plaza de Mayo o Tribunales. Desde mi lado zen/yogui sentía que era una gran bendición tener la posibilidad de palpar, de acercame a esa (la) realidad y que por tal motivo no había nada que temer durante el trayecto. Por ser un regalo, estaríamos "protegidas". Pero casi llegando a La Plata reconocimos con Daniela que debíamos estar con todos los sentidos abiertos, que ciertamente no era un lugar relajado sino incluso un tanto peligroso.
Dos jóvenes que perfectamente podrían haber sido dos típicos "flaites" chilenos, de no más de 16 años cada uno, jeans anchos, polerones largos, gorras con vicera y cara de angustiados comenzaron a caminar rápida y violentamente entre los vagones y luego en la plataforma del tren. Entendimos en ese instante que si nos devolvíamos en la noche tendríamos que hacerlo en bus.
Al salir de la Estación caminamos hasta el Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de La Plata, una especie de Museo Nacional de Historia Natural, maravilloso, lleno de fósiles, esqueletos, réplicas, historia. Enmudecí. Entramos otra vez a la cultura fabricada por los que forman la imagen país de exportación. Y es que "los museos no son inocentes", diría mi profesor de posgrado Carlos Moreno, aludiendo al los discursos, las miradas y las versiones que se instalan en cada memorial.





Salimos de un espacio que es oculto desde lo tácito. Que no se esconde, pero que tampoco se reconoce y por lo tanto se vuelve invisible, para ingresar a otro que se maquilla y se promociona. No es que rechace ese espacio de cultura "fabricada", sería muy inconsecuente de mi parte hacerlo pues transito y me nutro hace un tiempo de esa formalidad. De hecho el viaje a La Plata fue en parte una apuesta para conocer a los gestores de un Circuito ubicado en la zona de la ex Estación de Ferrocarriles similar al Santiago Poniente. Mi intención, que logró concretarse, fue establecer un intercambio entre ambas iniciativas y pedir autorización para realizar un estudio comparativo de los dos casos como trabajo final de Flacso.






Cuando con Daniela llegamos al barrio, entendí que la dinámica del Cricuito Meridiano V era distinta a la gestada en Chile, pero me entusiasmó ver que no sólo era un centro cultural ni colectivos artísticos los involucrados en el proyecto de asociatividad, sino también bares, artesanos y músicos "ambulantes". Apareció el coordinador, Juan, y al rato de conversar e intercambiar experiencias se escuchó por el alto parlante de una radio improvisada que suena sobre las calles "estamos esperando a Carolina Díaz Soler, gestora cultural chilena que nos contará sobre una idea similar impulsada en Santiago de Chile". Fue surrealista, primero yo parecía una típica turista con algún olor a cerveza, hace más de 6 meses que no hablaba de trabajo (formalmente) y luego de ver tanta diferencia social en el viaje mi cabeza había enjuiciado durante toda la mañana la construcción de este tipo de cultura. Pero me puse en el rol y tratando de ser lo suficiente equánime en mis opiniones y aunando ambos criterios (la crítica y la condecendencia) terminé diciendo que era deber de los ciudadanos hacerse cargo de la gestión cultural, porque en ello también hay una dimensión política de la que nos tenemos que hacer responsables.




El sol empezó a moverse mientras en el frontis del Centro Cultural de la Ex Estación de Ferrocarriles se movían las telas y los trapecios de un grupo de actores circenses que montan un espectáculo a la gorra cada domingo. Los niños participaban en talleres de pintura, otros se movían entre los juegos de madera instalados cerca de las antiguas líneas ferroviarias. Las artesanas remataban sus productos y los bares de cada esquina empezaban a llenarse de jóvenes, estudiantes universitarios, familias muy distintas a las del tren que nos había llevado hasta esa ciudad.




La noche instaló en las calles y en algunos restaurantes algo de jazz en vivo. Nosotras ya agotadas partimos al rodoviario a tomar el bus que nos trajo de vuelta al Buenos Aires de siempre.

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